Tras explicar el tramo de ecopista entre Valença y Monçao quedaba pendiente la entrada sobre la otra parte, la Ecopista do Rio Minho entre Valença y Vila Nova de Cerveira. Nada tiene que desmerecer, por supuesto.
Volvimos a aparcar los coches en el mismo aparcamiento de Valença, junto al puente de hierro, para comenzar a rodar en este caso en dirección oeste, hacia el mar, dejando el río a nuestra derecha. Comenzamos subiendo una buena pendiente que, con los músculos fríos, a mas de uno se nos atraganta.
Menos mal que arriba del todo nos espera una buena sombra para reagruparnos, recolocar bultos, etc… vamos, la intendencia derivada de ser 9 personas, la mitad de ellos niños.
Hemos subido en balde porque de seguido comenzamos a bajar de nuevo hasta el nivel del río. La pendiente es pronunciada pero como siempre rodamos por carril separado de la carretera no es peligrosa aún con niños. Eso sí, somos conscientes de que toda la tropa no puede, a la vuelta, subir esa rampa. Desde ese momento decidimos que seremos Jaime y un servidor los que lo hagan en solitario (bueno, el uno en compañía del otro) para ir a por los coches y bajarlos para recoger a las familias en el margen del río, donde hay un buen aparcamiento con espacio para montar las bicicletas en los portabicis.
Ese día también nos acompañó el buen tiempo. Y además en los primeros kilómetros de ruta apenas había sombra que hiciera más llevadero el camino. Con el sol en el cogote avanzamos, cada uno a nuestro ritmo. La ecopista era predominantemente de (suave) bajada, se rodaba muy bien. El firme, perfecto. La señalización, excelente. ¡Todo bien!
Tras pasar el puente de piedra que veis en la foto superior nos encontramos un rincón muy agradable para el primer almuerzo. Había tres mesas de madera y buena sombra, así que liberamos un poco de peso de las alforjas dando buena cuenta de unos bollos de pan blanco muy ricos que cada cual rellenó a su gusto.
De vuelta sobre la bici tras este tentempié, seguimos rodando con calma admirando el paisaje que ahora sí adquiere una belleza singular. A la derecha siempre el río, con embarcaderos y pequeñas playas donde esperamos poder, hoy si, darnos un merecidísimo chapuzón. A la izquierda, monte y algunas viviendas unifamiliares que para mi las quisiera.
Pasamos por espectaculares zonas de recreo de las que vemos a turistas y nacionales hacer buen uso. Es sábado y se nota. El otro tramo de ecopista lo recorrimos un jueves y apenas nos encontramos a gente, aún siendo agosto. Sin duda el maldito Covid-19 tendrá algo que ver.
Tras otro buen rato de pedaleo hacemos otra parada para el avituallamiento, poco antes de llegar a Vila Nova de Cerveira. Y es que a veces el estómago manda. Otra de bocatas y algunas barritas de cereales de postre servirán para engañarle, al menos durante un rato, y seguir recorriendo camino.
Como veis, vamos sin prisa. Disfrutando del día. Si tenemos que parar cuarenta veces, pues paramos. Tenemos todo el día para recorrer los aproximadamente 28 kilómetros de la ida y vuelta, así que merece la pena ir empapándose de todo lo que esta vía verde nos ofrece.
En Vila Nova de Cerveira la ecopista termina en la Playa Fluvial da Lenta. Mucha gente disfruta del excelente día de verano en las inmediaciones y nosotros nos damos la vuelta para comenzar el retorno… que enseguida se hace bola. Algunos niños van cansados. Otros, con el ansia viva por darse un baño en el Miño. Decido adelantarme para buscar una playita donde poder bañarnos. Acelero y veo que Jorge, Laura y Raúl me siguen. Tienen buenas piernas y muchas ganas de bañarse.
Jaime se nos une minutos después. Se pega un buen calentón para cogernos. Y tras varios kilómetros de búsqueda llegamos al lugar perfecto.
El resto de la comitiva, Lourdes, María, Alicia y el pequeño Álvaro tardan casi un cuarto de hora en alcanzarnos. Tal era la distancia que habíamos alcanzado con el acelerón. El agua está limpia y a buenísima temperatura. Un gustazo.
Cuesta «arrancar» a los niños del agua, pero tenemos que seguir nuestra marcha. Además, Jaime ha quedado con sus padres, de vacaciones en las cercanías, y Lourdes, las niñas y yo aprovecharemos para pisar suelo patrio y visitar Tui.
De manera que tras el baño y la merienda volvemos a la bicicleta.
Ya queda poco camino y se hace fácil. Parece que el baño nos ha venido bien a todos. Vamos con una sonrisa en la cara.
Aún nos quedaría a Jaime y a mi escalar el repecho que sube hasta (casi) la fortaleza de Valença y bajar luego hasta los coches para volver sobre nuestros pasos a recoger el resto de las familias. Nada serio, al tran-tran se sube muy fácil.
Y así es como termina nuestra aventura ciclista en Portugal, con mucha alegría por haber rodado por sitios que guardaremos en la retina para siempre y con mucho orgullo por los niños que han dado la talla sobradamente permitiéndonos pasar a los adultos dos días de bicicleta en la naturaleza para recordar.
Si tenéis la ocasión de hacer este viaje, no lo dudéis, merece la pena. Aunque solo sea por tomarse un helado o un batido de coco en Tui.