Siguiendo con nuestras vacaciones ciclístico-familiares, llegó el momento de recorrer la Ecopista del Miño con niños.
Resulta que Portugal tiene una excelente colección del equivalente a las vías verdes españolas perfectamente catalogadas, mantenidas y señalizadas que hacen la delicias de los amantes de la naturaleza.

Tanto es así que el detonante de este viaje fue, de hecho, el recorrer esta ecopista que en algún sitio adjetivan como la tercera más bonita de toda Europa… y eso es mucho decir porque Europa es muy grande.

El carril va desde Monçao hasta Vila Nova de Cerveira. Un total de 40 kilómetros lineales inasequibles para nosotros en una sola tirada porque o bien nos cascábamos los 80 de ida y vuelta o bien montábamos un buen pollo logístico jugando con los coches en los extremos de la ruta. De manera que decidimos, ya desde el principio, hacer la ruta en dos etapas: la primera desde Valença hasta Monçao y la segunda desde Valença hasta Vila Nova de Cerveira.

Nos alojábamos en un camping a una media hora de Valença de manera que trasportamos las bicicletas en coche hasta la localidad fronteriza y aparcamos a pie de pista en un sitio perfectamente habilitado.
Con las alforjas llenas de rico avituallamiento y el corazón lleno de ilusión comenzamos la ruta expectantes de ver qué nos deparaba el día, que se presentaba, esta vez, caluroso. Sería necesario insistir, especialmente a los más pequeños, de que bebieran con frecuencia para evitar disgustos.

Como era de prever las paradas son constantes al principio de la ruta. Que si vamos a hacer una foto, que si no me funciona el freno, que si la bici no me cambia, que si llevo el sillín bajo, que si dile a esa criatura que no se pare en mitad del carril que vienen bicis, que si hay que evitar cruzarse para no chocar entre nosotros, que si vamos a ponernos crema que si no nos vamos a cocer, que si ajusta ese casco que tal y como lo llevas no te sirve de nada… ya sabéis, la intendencia.

El Miño nos acompañará durante casi todo el recorrido. Al otro lado, España. La idea será darnos un chapuzón a la vuelta en alguna playita que veamos adecuada.

Como podéis ver por las fotos el día era perfecto desde el punto de vista puramente objetivo, aunque yo prefiero que esté nublado para montar en bici, no quiero sol.


Avanzamos poco. A cada momento nos paramos, bien por necesidad o porque algo nos llama la atención. ¿Habéis visto alguna vez un cultivo de kiwis?

Durante todo el trayecto el piso está pintado del característico color teja que también utilizamos en España. Se rueda muy suavemente, apenas encontramos grietas.
En cada paso a nivel hay barreras que evitan que los vehículos a motor hagan uso de la pista. Y hay postes que marcan el kilometraje. Todo un lujo.

En los primeros kilómetros entre Valença y Monçao encontramos varias áreas recreativas verdaderamente atractivas. Con fuentes, donde reponemos el agua de los bidones y nos pegamos un refrescón, que el calor aprieta.



Parece que ya hemos conseguido lanzar la marcha y avanzamos a un ritmo razonablemente bueno. Como vamos rodando por un antiguo trazado ferroviario pasamos por antiguas estaciones, edificios muy característicos y con encanto. Friestas, Lapela, Ganfei… apeaderos testigos de otro tiempo





Curiosamente, tras pasar por varias áreas recreativas, cuando necesitamos una para hacer la parada del almuerzo no encontramos ninguna. Jaime se adelanta a explorar, pero en vano. No parece haber merenderos cerca. Así que aprovechamos la sombra que proyecta uno de los apeaderos para tomar un piscolabis. Además cuenta con una fuente y aparcamiento para bicicletas, así que cumple de sobra.
Tras mover el bigote nos refrescamos con una guerra de agua.

Continuamos nuestro camino, ya aproximándonos a Monçao. El camino se encañona y adquiere una belleza difícil de explicar con palabras. Paredes de musco y buena sombra nos hacen olvidarnos por un rato del calor. Dan ganas de pedalear muy, muy despacito para que ese tramo no se acabe.

Uno de mis temores era que los niños se cansaran y comenzaran a protestar. Teníamos que recorrer más de 35 kilómetros y ni Lourdes ni mis niñas había recorrido más de 15. Lo bonito del camino, el ritmo pausado y la compañía parecían estar surgiendo efecto.

Y encontrando a nuestra izquierda unos huertos con ricos tomates (o así me los imagino porque no los catamos) y unas calabazas dignas de récord por su tamaño, llegamos al extremo oriental de la ruta, en las inmediacianones de Monçao. Habíamos completado la mitad del recorrido planificado para ese día con cierta solvencia y nos merecíamos un premio en forma de café con helado (o helado a secas) del Burguer King que había justo al lado.

Toca volver. El culo se me resiente. Estoy utilizando un culote malo y el sillín es duro. Hace muchos meses que no utilizo este sillín durante más de un par de horas y se nota. Me obligo a levantarme de la bici con frecuencia para descansar las posaderas, pero aún así… el final de la ruta se me hace bola.

Los niños se entretienen jugando mientras pedalean. Perfecto, mientras sigan avanzando. Dicen estar cansados, pero es mental. A la mínima que se les propone un juego sacan fuerzas rápido para apretar los pedales.

La idea es, como dije antes, darnos un bañito en el río para refrescarnos después de tantas horas sobre la bici… pero en un momento dado nos equivocamos de camino y en lugar de volver por donde hemos rodado por la mañana, junto al río, tomamos un carril distinto que se separa del río. Viendo que estamos llegando a Valença pero por el interior decidimos preguntar a un amable lugareño que nos indica con precisión cómo volver.
Y aparecemos de nuevo en el carril «de ida» cerca de donde habíamos parado a echar una foto de grupo… pero observad cómo el agua del Miño no nos permite cruzar en línea recta como habíamos hecho unas horas antes. Tenemos que portar las bicis unos metros y cruzar a pie.

Y enseguida llegamos al punto donde habíamos dejado los coches (previa escalada de una rampa muy interesante que remonta desde el nivel del agua hasta el puente internacional de hierro) tras recorrer 34 kilómetros. Olé, niños, os admiro.

Queda la segunda parte de la ecopista, que reportaré en futuras e inminentes entradas. Permanezcan atentos a sus pantallas, queridos y fieles lectores.
Actualización: aquí puedes leer la continuación de esta entrada.