De Leganés a San Martín de la Vega

Esta entrada es la crónica de una ruta MTB de Leganés a San Martín de la Vega (casi) con más problemas que un libro de Matemáticas.

En ocasiones una ruta se complica de la manera más tonta, es una de las características de este deporte nuestro. Sin venir a cuento, rodando por pistas o carril bici, la mala suerte se presenta de la forma más inesperada. Si queréis saber cómo, seguid leyendo porque esta ruta tuvo tela marinera (¿Esto es un clickbait?).

Track disponible en Wikiloc

 

La ruta propuesta consistía en un rodar por pistas y carril bici con el objetivo de acumular kilómetros de cara a una aventura/reto que Perdedores BTT haremos en primavera y de la que ya iremos dando cuenta más adelante (¿Esto es un hype?). Saliendo desde Leganés, como podéis ver en el mapa, iríamos hasta el Cerro de los Ángeles, llegaríamos hasta el carril bici que sube por la Marañosa y sin llegar a subir nos desviaríamos a la derecha para acercarnos a Pinto y volver a girar en dirección norte para volver a Getafe pasando por el búnker que hay justo antes de llegar al Cerro de los Ángeles. En total 53 kilómetros con apenas un par de repechos de poca entidad.

Así pues, Sergio, Raúl y yo nos citamos a las 10:00 de la mañana y con un sol espléndido y nada de viento pero con una temperatura realmente baja comenzamos a dar pedales tranquilamente para calentar las piernas. Llegar hasta el Cerro de los Ángeles supone enlazar carriles bici con parques con ratitos de rodar en carretera. Nada destacable desde el punto de vista ciclístico. Llegamos al pinar del área recreativa del Cerro por el norte y giramos a la derecha para bordearlo por su camino exterior y salir por el extremo sureste y tomar el carril bici que dejamos poco después para cruzar la M50 por un puente que a tal efecto tuvo a bien poner el organismo competente.

 

 

Rodamos en ligero descenso hasta el llamado «camino de culebles», que tomamos hacia la izquierda para pasar por debajo de la M301. Rodamos un poco en paralelo a esta carretera para cruzarla, ya usando el carril bici de la Marañosa junto al Convento del Sagrado Corazón de Jesús y San José de la Aldehuela (me lo ha dicho Google Maps). Rodar por este carril bici un sábado por la mañana no es especialmente placentero porque está muy, muy concurrido y algunos ciclistas van muy rápido. Es preciso estar atento para no liarla.

 

 

Rodaba Raúl en cabeza, yo en el medio afanándome en hacer alguna foto para documentar esta entrada y Sergio en la cola cuando de repente le oímos gritar que ha roto el sillín. Raúl y yo nos paramos ipso facto y os salimos del carril bici aprovechando que al lado derecho había campo. Sergio, en un alarde de mala suerte, sufre la avería a la altura de una canalización de agua que le impide salirse hacia la derecha y no puede más que pararse a un ladito del carril y sufrir las increpaciones de ciclistas impertinentes que bajaban muy rápido en el sentido contrario y pensaban que Sergio se había parado, interrumpiendo el tráfico, por su polla morena. Los ciclistas que iban detrás se dieron cuenta del percance y solo tuvieron buenas palabras.

 

 

Sergio había roto el raíl izquierdo del sillín de buenas a primeras, como podéis ver en la foto.

De momento comenzó el brainstorming perdedor para tratar de encontrar una solución al problema. Vaciamos las mochilas para ver con qué elementos contábamos para poder solventar una avería tan peliaguda y, como no, nos viene a la cabeza el percance que sufrió Miguel hace años muy cerca de donde estamos ahora. Y nos preguntamos si acaso los Perdedores estaremos malditos por haber rodado por algún camino privado de la zona o qué se yo y cada vez que vengamos alguno romperá el sillín.

 

 

Se nos pasa por la cabeza «entablillar» el raíl como haríamos con un hueso roto pero Sergio, que es un señor bastante talentoso, encuentra un trozo de tela asfáltica (benditos campos del sur, tan llenos de mierda) que, hábilmente doblada, coloca entre la cabeza de la tija y la cara inferior del sillín de manera que haga tope y pueda apoyar el culo… porque llevábamos apenas 17 o 18 kilómetros y quedaba muchísima tela que cortar.

 

 

Pues, fíjate, que la foto anterior está tomada casi al final de la ruta. Vamos, que la solución funcionó al 100%. En el siguiente vídeo podemos ver a Sergio subir un trecho sentado en el sillín con el culo ligeramente torcido, pero sin riesgo extremo de escoliosis para su espalda ni nada parecido.

 

 

Habíamos dejado el carril bici hacia la derecha y ahora rodábamos aproximándonos a la planta de biometanización y compostaje de pinto. Todo un chollo para los pájaros, que pudimos ver a millones. Naturalmente en la foto apenas se aprecia.

 

 

Giramos 90 grados a la izquierda para afrontar la subida más dura de la ruta. Por desnivel (rampitas del 12%) y porque se rodaba por un mar de piedras mal puestas, que algunas se movían y otras no. Si el arreglo del sillín suportó esta prueba, se puede hacer la Titan Desert con él.

Nos dio mucha rabia subir tanto para perder altitud seguidamente de forma abrupta bajando a saco por una pista anchísima y sin ningún aliciente. Y fue ya en el llano cuando, rodando felices y a una velocidad digna, vimos en la pista un barrizal pero no vimos las rodadas de coches y otros ciclistas que lo esquivaban saliéndose hacia la derecha… y conmigo a la cabeza como principal culpable, nos metimos de lleno en el pegajoso elemento. Apenas 10 metros fueron suficientes para embozar las ruedas que, literalmente, dejaron de rodar. Nos bajamos de la bici y salimos al sembrado para salir caminando. Llenamos las zapatillas de barro, calar los pedales iba a ser una cuestión de talento de aquí en adelante.

 

 

Sacamos algo de barro con las manos y con palos y nos pusimos a rodar inmediatamente para que la fuerza centrífuga y la de la gravedad nos ahorraran parte del trabajo. Y así fue, los pegotes de barro saltaban de los lindo. Algo más adelante volvimos a parar para quitarnos barro de las calas, que costaba mucho, mucho enganchar en los pedales. Una fiesta, vamos.

Íbamos siguiendo un track descargado de Wikiloc en mi antiguo GPS Garmin que solo admite 500 puntos de manera que el nivel de detalle es escaso. Esto supuso que nos metiéramos por una senda bastante comida de vegetación cuando deberíamos estar rodando por una pista bien hermosa que corría en paralelo por la parte izquierda. Lo malo es que una alambrada separaba la una de la otra y ya en estado de desesperación, tras haber preguntado a unos cazadores y a punto de echar mano de Google Maps para ver cómo salíamos de allí Raúl, que ve bastante bien para la edad que tiene, se dio cuenta de que faltaba un tramo de alambrada. Vamos, que podíamos escapar del coto de caza y comenzar a rodar por el track.

Y así lo hicimos… pero no le salió gratis el acierto a Raúl porque poco después empezó a sonar un golpeteo en su bici. El que producía una rama incrustada en su cubierta delantera al golpear contra el puente de su horquilla.

 

 

A perro flaco todo son pulgas. Decidimos, con acierto, no sacar el pincho sino cortarlo. De esa manera el mismo elemento maldito que había atravesado la goma haría de tapón. Como mi multiherramienta lleva incorporada una navaja, no fue difícil cortar el palo con una combinación de maña y fuerza para no sacar la púa.

 

 

¿Aguantaría la rueda? os confirmo que aguantó, no es plan de teneros en tensión.

Seguimos rodando subiendo una pequeña cuesta y parando arriba para contemplar las vistas y comer algo. Sergio un plátano, que últimamente viene sufriendo de calambres, Raúl un sándwich de Nocilla, que siempre viene bien y yo un trozo de barrita.

 

 

Llevamos poco más de 30 kilómetros y entre sillines rotos, barro y pinchazo hemos avanzado a muy mal ritmo. Desde este momento descartamos tomar una cerveza al final de la ruta, una pena. El próximo día nos tendremos que tomar dos.

Avanzamos en sentido noroeste ya aproximándonos a Getafe. Raúl, que lleva 4 meses sin usar la bici y además siempre se le acaba cargando la espalda, empieza a pasarlo mal. Sergio, que lleva en la mochila un bote de Réflex para los calambres, le chorrea bien la espalda y el remedio funciona. El efecto frío actúa milagrosamente sobre la musculatura y entre eso y la Nocilla Raúl resucita.

Todavía sería necesario echar alguna que otra vez Réflex, pero haciendo de tripas corazón llegamos al Búnker.

 

 

Y, poco después, atravesamos el pinar de El Cerro de los Ángeles por la parte sur. Esta vez volvemos callejeando desde Getafe a Leganés para completar 53 kilómetros. Cansados pero contentos.

 

 

En primer lugar por habernos visto y haber compartido una mañana de bici, que es una de nuestras pasiones. Sergio, por no haber sufrido calambres, que iba con miedo porque últimamente eran su cruz. Y a Raúl le quedaba conducir hasta Cercedilla pero le esperaba una buena comida en buena compañía. Y milagrosamente habíamos solventado los problemas mecánicos con talento para completar la ruta, así que… contentos.

Será cuestión de hacer bastantes rutas más de por encima de 50 kilómetros y en estas «páginas» (virtuales) podréis leer sobre estas próximas hazañas. Si vosotros queréis, claro.

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