Sí, queridos amigos, fieles lectores de este blog, habéis leído bien. El pasado sábado 21 de mayo de 2022 cuatro aguerridos perdedores nos dimos la paliza del siglo en plena ola de calor para recorrer la distancia de Leganés a Toledo en bicicleta de montaña. Y lo conseguimos y lo celebramos… pero empecemos desde el principio, que la ocasión lo merece.
No leáis esta entrada sentados en el váter, como soléis hacer, porque tiene su miga. Abrid una cerveza y unas patatas fritas y dejaros llevar, yo trataré de contar con mucho detalle lo acontecido, vamos a ver qué tal nos queda.
La conspiración
A principios de año, no recuerdo por qué, se me pasó por la cabeza la idea de proponer un reto ciclista al alcance de los perdedores para darle un poco de salsita a la cosa y me puse a buscar cómo de fácil sería llegar desde Leganés a Toledo por caminos. No tardé en encontrar varios tracks en Wikiloc y tomando parte de varios de ellos pinté uno que sería el que seguiríamos.
Sobre el papel, 82 kilómetros con 359 metros de desnivel. Nada del otro mundo, pero evidentemente requiere cierta preparación física. Así que, con tiempo, en el mes de enero, compartí mis intenciones con el resto de Perdedores. Asistí ilusionado, que no sorprendido, como bastantes aceptaron el reto. Jaime no se había hecho más de 50 kilómetros nunca. Sergio estaba en una etapa en la que a partir de los 30 kilómetros le daban calambres… pero siendo una de las condiciones que la ruta la hiciéramos en primavera teníamos tiempo de prepararnos. El tema de la logística también generaba dudas pero Sergio y yo, los que vivimos en Leganés, lo teníamos bien pensado. Dejando la tarde de antes un coche allí con un portabicicletas en el maletero y yendo el mismo sábado mi Lourditas a buscarnos con nuestro coche con otro portabicicletas tendríamos el retorno resuelto.
Iban pasando los meses y fuimos metiendo cada vez más kilómetros a nuestras rutas. Que si vamos a ver cómo estamos para hacer 50 kilómetros… que si a ver si llegamos a los 60 con dignidad, que si en vez de llegar directamente a casa por qué no damos un desvío para meterle al cuerpo 5 o 10 kilometritos más, que si vamos a hacer el anillo ciclista para echarle 5 horas encima de la bici… sabíamos que el día de la ruta sufriríamos, pero queríamos ir con ciertas garantías.
Y así fue como finalmente programamos la ruta para el día 23 de abril con gran asistencia de público. Hasta nueve perdedores íbamos a participar de la cita… pero el tiempo no acompañó. Tras una Semana Santa excelente, el destino nos deparó una semana de lluvias de las buenas y con mucha pena tuvimos que abortar la ruta porque además de que daban mucha lluvia para ese sábado, aunque no la hubieran dado los caminos habrían estado impracticables de barro. Hubo desilusión, pero fue una buena decisión. Para quitarnos el gusanillo de bici nos fuimos a hacer un rutón por la sierra que tardaremos en olvidar.
Programamos la ruta para el sábado 21 de Mayo pero lamentablemente varios perdedores fueron cayéndose de la convocatoria por diversos motivos de manera que finalmente solo cuatro acudimos a la cita: Natalia, Jaime, Sergio y un servidor. A las ocho de la mañana, embadurnados de crema solar y cargados de agua, comida y de ilusión comenzamos a dar pedales con dirección a Toledo. ¡Comenzaba nuestra aventura!
Pobrecitos… nos sabían lo que les esperaba
En marcha… ¡Y caída!
Los primeros 20 kilómetros de la ruta transcurrían en dirección oeste. Con el sol a nuestras espaldas rodamos por el carril bici de Leganés hasta llegar al primer punto de interés de la ruta: el parque de Polvoranca. Lo atravesamos de este a oeste frescos como lechugas. Pasamos por encima de la R5 por una de las pasarelas y entramos en el término municipal de Alcorcón.
Rodando por pista y cuesta abajo nada más salir de casa da gusto
Vamos charlando y de buen humor. Natalia se pone a hacer planes, a proponernos futuras rutas que ya comentaremos en este blog. Rodamos en paralelo a una velocidad de poco más de 20 km/h pero demasiado juntos. Tanto que en un momento dado una bici toca con otra y ocurre lo que siempre pasa en estos casos: Jaime acaba calzándose una ostia que podemos calificar de calibre mediano porque se las ha calzado mayores. Le veo golpear el suelo con la cara y me acojono bastante.
Apenas llevamos 12 kilómetros y lo mismo la ruta se va al carajo porque tenemos que llamar a una ambulancia. Se levanta enseguida cagándose en todos los astros del firmamento, en bastantes santos y en su suerte negra. Pero despotrica mientras hace aspavientos con mucho ímpetu, hecho que me tranquiliza, porque si tuviera algo roto no podría moverse con tanto desparpajo. Le echo mano a la cabeza para verle la cara y el casco porque como dije le había visto besar el suelo al más puro estilo Juan Pablo II. Jaime estudió en un colegio religioso, pero no se trató esta vez de un arrebato de fe divina sino de un «no poner las manos» muy desafortunado.
Fíjate la que se podía haber liado…
Seguimos
Pero, afortunadamente como Jaime es uno de los señores más recios que conozco, cuando se le pasó el afán blasfemador, la sonrisa volvió a su boca y pudimos continuar la ruta sin problemas. Una rodilla desconchada que cicatrizará en pocos días pero dejará marcas que durarán años es uno de los recuerdos que Jaime atesorará. Cuando esté junto al fuego contándoles batallitas a sus bisnietos (en una estación espacial en la Luna, se entiende) se descubrirá la rodilla y les contará a los niños que en el siglo XXI éramos tan gilipollas que íbamos de una capital de provincia a otra en un artefacto llamado bicicleta y que a veces el precio que había que pagar era la sangre.
Cruzamos por encima de la M50 y enseguida rodamos por el carril bici de Móstoles. Poco que destacar, se avanza bien por él pero hay que estar pendiente de peatones y cruces.
Segundo tramo urbano del día, atravesar Móstoles
Nos sorprende ver el recinto del parque del Soto cerrado. ¿Será por el brote de gripe aviar? No lo sabemos. Rodeamos el parque en vez de atravesarlo y cogemos la vía verde del Guadarrama. Sergio, que como está usando la bici como medio de transporte habitual para ir a la oficina está fuerte como el vinagre, se pone a tirar aprovechando la recta cuesta abajo y llega al puente sobre el río Guadarrama en menos que canta un gallo.
Dirección sur
Aquí acaba nuestro movimiento hacia el oeste. Giramos a la izquierda para ir hacia el sur. Solo nos quedan 60 kilómetros. Tras atravesar una zona razonablemente urbanizada y con varios negocios como viveros, pasamos por debajo de la A5. En este tramo la pista está plagada de baches. Yo, llevando doble suspensión, sufro menos pero aún así me afano por esquivarlos en la medida de lo posible. Acabamos rodando los cuatro por el ladito de la carretera, que al no sufrir el castigo de los neumáticos de los coches parece que es más llano. Vamos dejando atrás urbanizaciones y «casitas de campo» y parece que la pista mejora, al tener que soportar menos tráfico rodado. Moviéndonos siempre con el río Guadarrama a nuestra izquierda avanzamos felices a medias de 25 km/h.
Natalia, que tiene mucha fuerza y es capaz de mover mucho desarrollo se despega. Sin pretenderlo estamos recorriendo parte del Camino Real de Guadalupe como numerosos carteles y mojones nos recuerdan a cada poco. Pero la ruta que tenemos que seguir en algún punto se separa del «camino principal» y al ir Natalia por delante en una ocasión Sergio se tiene que pegar un calentón para alcanzarla al haberse saltado ella un desvío. Esto pasó en el kilómetro 30 y todavía había muy buenas piernas. De haberse producido a partir del 60 lo mismo hubiéramos usado el teléfono.
Esa navegación…
Para seguir el track que pinté en Wikiloc estamos usando mi viejo GPS Garmin que como solo admite tracks de 500 puntos… en ocasiones no es fácil distinguir si hay que tomar un desvío u otro si acaso estos están muy juntos. Pero bueno, solo fue en un par de ocasiones que recorrimos unos pocos de metros más por culpa de mi lectura errónea de la pantallita del cacharro. Por suerte Sergio tiene muy buen sentido de la orientación y muy buena memoria, de manera que en caso de duda lo primero que hay que hacer es confiar en él.
Cruzamos la M404 a la altura de El Álamo pero dejando el pueblo retirado a nuestra derecha, ni siquiera pasamos cerca. Nos vemos obligados a cruzar algunos arroyos y sortear algunos charcos bastantes profundos. Por suerte todos tienen «escapatoria». Algunos bancos de arena nos hacen extremar la precaución al volante (manillar).
A las dos horas de marcha llevábamos 40 kilómetros. Llevábamos una media de 20 Km/h, que no está mal. Vamos muy bien, porque los perdedores una ruta de 40 kilómetros con desnivel positivo nos la hacemos sin problemas, faltaría más, pero nos obligamos a parar para comer y echar una meadita. Cuidar la alimentación y sobre todo la hidratación es fundamental porque ya empezaba a hacer calor.
Yo me comí una barrita y me tomé un gel. Como digo, ninguno íbamos fatigados pero en realidad es como si la ruta empezara ahora. Es a partir de los 40 Km cuando empezaríamos salir de nuestra zona de confort ciclístico.
A seguir la marcha tras el avituallamiento
Retomamos la marcha tras compartir algunas fotos en el chat de grupo de Whatsapp de Perdedores BTT y recibir los ánimos de los colegas que no han venido. Rodábamos muy rápido por una pista anchísima y con muy buen firme. El paraíso de un amante del gravel (imagino…).
Enseguida encontramos otra zona urbanizada: Arroyo Tormantos y Calzadilla, San Marcos, Vega del Castillo… Sin darnos cuenta hemos pasado de la provincia de Madrid a la de Toledo y esto nos insufla energías.
Es aquí, un par de kilómetros después del descanso cuando nos vemos obligados a circular unos cientos de metros por carretera, pero lo hacemos con seguridad y sin problema. Salimos de nuevo a camino enseguida y rodeando una urbanización por una senda bastante poco transitada toca bajarse de la bicicleta por lo intransitable del camino pero Sergio no encuentra donde apoyar su pie izquierdo, el que ha descalado, porque lo que él entendía que era suelo en realidad era medio metro de vegetación.
El suelo está más abajo. Junto al pie, al estar pegado de serie, se desplaza el resto del cuerpo de Sergio hasta encontrar apoyo, como decimos, medio metro por debajo de lo que él imaginaba. Y como el otro pie sigue enganchado al pedal por acción mecánica de los pedales automáticos, la bici también le acompaña. Así es como recordaré siempre la imagen de un señor siendo engullido por lo verde mientras se descojona vivo. Y a mí, que me debo a vosotros mis lectores, en vez de ir corriendo a socorrerle, sacando a toda prisa mi teléfono del bolsillo para echarle una foto e inmortalizar así tan divertida escena.
Una siesta a mitad de ruta
No pasa nada
Salvo un leve «ortigamiento» el lance se superó con risas y volvimos a un camino «decente». Entrecomillo al adjetivo porque en ocasiones nos daba la impresión de ir buscando los caminos menos transitados entre Madrid y Toledo porque muchos de ellos estaban comidos por la vegetación. O los bancos de arena, que provocaron que tanto Natalia como Sergio dieran con los huesos en el suelo, sin consecuencias, por suerte.
La idea era hacer otra parada pasadas otras dos horas. De nuevo para reponer fuerzas comiendo algo y tomando un poco de aire a la sombra. Ya no estábamos rodando a buena media por lo complicado de los caminos. Pero lo mejor llega en torno al kilómetro 55. Rodamos muy, muy cerca del río Guadarrama y el camino se convierte en un infierno. Por suerte no hay barro (nos alegramos de haber abortado la ruta en el mes de abril) pero vamos rodadas de coches 4×4 en badenes de más de un metro de profundidad. El camino está completamente rodeado de árboles, de chopos para ser precisos, que en esta época de año inundan todo con su pelusa. En un momento dado nos paramos para reagruparnos y somos literalmente incapaces de ver algo que nos sea el camino o los árboles.
Apenas sería un kilómetro, pero se nos hizo bola. Este camino era perfectamente evitable si hubiéramos rodado por otro que corre unos pocos de metros más al oeste. Pero bueno… es parte de la aventura.
¿Objetivo? La siguiente parada
Nos fijamos como punto para la próxima parada un puente que Sergio recordaba que cruza sobre el río. Y eso ocurre en el kilómetro 64. Vemos una sombra y nos tiramos al suelo. El estado y calidad de los caminos en los últimos kilómetros nos han supuesto un gran desgaste tanto física como mentalmente. Así que echamos mano a las mochilas para buscar barritas, frutos secos… cada uno sus cosas.
Natalia le comenta a Jaime que un amigo común de Guadarrama, donde ambos residen, les está proponiendo ruta en bici para el día siguiente, domingo. Al ser testigo le digo que si me lo propusieran a mí, con la paliza que llevaba encima, la chufla se iba a oír en Marte. Natalia habla perfectamente español pero, al ser rusa, hay cosas que se le escapan así que le explicamos el concepto de «chufla».
Los problemas de diseñar una ruta sobre el papel
Hemos elegido este sitio para parar porque lo que continúa de ruta es cuesta arriba hasta Bargas. Nos quedan solamente unos 20 kilómetros pero el día está bochornoso, estamos cansados y queda lo más complicado de la ruta. Casi todo el desnivel se acumula en estos kilómetros finales.
Otra dificultad añadida es el hecho de que vamos rodando «casi» campo a través. Vamos por caminos, porque se nota, pero están completamente comidos por la vegetación. Rodar por ellos cuesta arriba es un acto de fe. Las zarzas nos arañan los brazos y los cardos las piernas.
Es un suplicio avanzar por un terreno tan desfavorable, pero la promesa de una cerveza bien fría al llegar a Toledo, la satisfacción de conseguir un reto y que no nos quedan más cojones por no desandar el camino hecho nos impulsan a seguir adelante.
Mi rueda delantera se pincha. En al menos una ocasión. Lo sé porque me paro y escucho el aire salir. Pero el líquido tubeless cumple con su cometido y sella el orificio. Seguro que pinché mil veces y ni me enteré. Los bancos de arena, que ahora duran decenas de metros nos acaban de amargar la jornada. Estamos tan solo a 15 kilómetros pero se hacen eternos.
Se hace bola ya esto…
Salimos a un camino en buen estado. Vamos pendientes los unos de los otros, todos un poco tocados salvo Natalia que sigue rodando con la corona pequeña del casete. Jaime se va quedando atrás. Más por prudencia, por regular las fuerzas, que porque le haya dado una pájara. Hemos comido y vamos bebiendo constantemente… menos Natalia que va en ayunas (practica ayuno intermitente). De no haber cuidado bien la nutrición y la hidratación en un día como este lo hubiéramos pagado caro.
Un último esfuerzo y llegamos a Bargas, kilómetro 72. Y nos damos cuenta de que lo hemos conseguido. Apenas quedan 10 kilómetros, esto está hecho. Callejeando preguntamos a un paisano si hay una fuente donde podamos reponer agua y nos señala en la misma dirección que llevábamos, así que perfecto. La encontramos. Está al sol y su desagüe está más seco que el ojo de un tuerto. Sin muchas esperanzas pulso el botón y para nuestro regocijo comienza a salir agua. Tan caliente al principio que me quema, obligándome a quitar la mano. Pero luego mana fresca. Está claro que hay que aprovechar la oportunidad para refrescarse. El primero en meter la cabeza debajo del chorro es Sergio, y el resto, sin dudarlo, detrás de él.
En esta parada no como, pero relleno el bidón de agua y le echo un par de pastillas efervescentes que ayudan a reponer sales y además tienen carbohidratos. Sergio se aparta para hablar por teléfono y cuando nos damos cuenta está sentado en el suelo, le había dado un pequeño mareo. Pero se le pasó enseguida.
Última tirada
Salimos de Bargas bajando ligeramente para a continuación remontar una loma. Yo me estaba imaginando que al llegar arriba de la misma ya veríamos la aguja de la catedral y el alcázar de Toledo al más puro estilo del «Monte del Gozo» gallego y que sería como en las películas y que la emoción nos embargaría… pero no. Toledo no se muestra. Nos toca seguir dando pedales. Pero es bajada y es por una pista muy divertida, con algo de flow. Nos viene bien rodar a esta velocidad casi sin dar pedales y sin esquivar obstáculos para quitarnos el mal sabor de boca de la segunda parte de la ruta.
Casi sin darnos cuenta hemos llegado a las afueras del área metropolitana de Toledo. ¡¡Estamos en Toledo!!
Subida a Zocodover
Pero no hemos terminado. Lo mismo que las óperas no se acaban hasta que no cante la gorda, las rutas en bici Leganés-Toledo no se acaban hasta que se sube a la plaza de Zocodover. Y eso se sabía que tenía que ser así desde el primer minuto del primer día que se me pasó por la cabeza diseñar este recorrido, así que toca callejear hasta la puerta de la Bisagra, pasar junto a la Puerta del Sol y ascender por la calle Real del Arrabal para empalmar con las calles de Venancio González y de Armas para llegar MUERTO a la famosa plaza toledana. Natalia, Jaime (iba subiendo con el plato grande) y Sergio subieron mucho más alegres que yo, que no sé ni de dónde saqué las fueras. Pero subí.
Y me abracé a mis colegas (yo soy bastante sentido para estas cosas) porque juntos habíamos llegado desde Leganés hasta Toledo tras 6 horas de ruta. Con caídas, con calor, con bastante sufrimiento… pero allí estábamos. No 6 horas después, dejad que me corrija. En realidad 5 meses después, desde enero hasta mayo. Porque cuando uno lleva tanto tiempo preparando un evento como este, con tanta ilusión, convenciendo a los amigos, preparando la logística, viendo como la idea feliz de uno se acaba convirtiendo en el desafío de los demás. Viendo cómo sus colegas se involucran y entrenan duro… No sé cómo describirlo.
Hay que reponer fuerzas
Lourdes y mis niñas nos esperaban al otro lado del casco antiguo, en una terraza junto a un aparcamiento público donde Sergio y yo habíamos dejado su coche la tarde anterior. Toledo estaba tan abarrotado que no se podía llegar montando en bici así que fuimos un buen trecho caminando hasta que pudimos subirnos a las bicis y llegar a la terraza dando pedales.
La primera cerveza cayó de dos tragos. Y me sentó fatal. Muy mal. Casi poto. Y en el bar no nos daban de comer porque estaban con la cocina reservada para un banquete de comunión que tenían contratado.
Así que nos fuimos a otro bar. En bici. Apenas fueron 5 minutos pero me quería morir. El termómetro marcaba 39 grados. Nos sentamos en la primera terraza que vimos (bueno, en la segunda porque había gente. La primera estaba vacía y eso nos creó desconfianza) Me tomé una Coca-Cola de urgencia que Natalia me trajo de la barra y me devolvió al mundo de los vivos. Un poco de ensaladilla rusa, calamares, carcamusa y otras viandas hicieron el resto. Y un café con hielo remató la faena. Una tarde de sofá terminarían de arreglar los estragos del calor y de los 85 kilómetros.
¡Vaya día!
Sobre las 18:00 estábamos de vuelta en Leganés bajando las bicis del portabicicletas de Sergio para montarlas en el de Jaime. A Natalia y a él aún les quedaba cerca de una hora de coche hasta llegar a Guadarrama.
Terminaré esta entrada dando las gracias. A Lourdes, claro, por aguantar mis tontadas ciclísticas. A mis niñas por tener paciencia con su padre que les hace ir a Toledo a pasar calor por culpa de las cosas de las bicis en vez de estar fresquitas en la casa mirando la tele. Y a los colegas, claro. A los que hicimos la ruta porque no se me ocurren mejores compinches y al resto por vuestros ánimos durante la ruta y felicitaciones tras la misma. A mí me llegan.
¿Volveremos a hacerlo? No creo. No me gustó tanto la ruta como para repetirla, más allá del orgullo infinito que siento por mí mismo y por Natalia, Jaime y Sergio. Los dos primeros porque, como quien dice, acaban de empezar a montar en bici. Y por Sergio porque hace 5 meses no se veía capaz de hacer 40 kilómetros sin pasarlo mal.
No repetiremos, pero haremos otras cosas. Ya se pusieron sobre la mesa varios desafíos para los próximos meses. Y, como no, os los contaré por aquí si tenéis la paciencia de esperar.