Estoy muy contento y te voy a contar como recupero mi primera bicicleta de montaña. Bueno… No la misma mismísima, pero sí una del mismo modelo. Que no es poco decir, ojo, siendo esta una bicicleta tan poco común.
Tomad asiento, queridos y (seguro) fieles lectores y acompañadme en este viaje de nostalgia y fetichismo que nos remonta a principios de los años 90. Es una entrada larga así que aprovechad para ir al baño y evitar así interrupciones y… ¿por qué no? Abrid una cervecita y acompañadla de unas olivas (con o sin hueso, al gusto del consumidor) para terminar de preparar el entorno perfecto. O al menos así me gusta a mi imaginar que leéis este blog… pero la realidad es que casi seguro estáis leyendo esto sentados en la taza del váter. Es lo mismo, siempre que disfrutéis del momento.
A lo que vamos.
Después de estar muchos años sin bicicleta tras el infame robo del que fui víctima de niño (me robaron mi BH Bicicross creándome un trauma que arrastro aún a día de hoy y que utilizo para justificar la compra de bicis y/o componentes que raramente necesito) llegó a casa esta, mi primera bicicleta de montaña, a la tierna edad de 13 años si la memoria no me falla.
Esto es hace unos 30 años. No hubo que comprarla, vino como regalo por la adquisición de una colección de libros (creo que las obras completas de Benito Pérez Galdós). Como bien sabéis los que lleváis tiempo en esta afición, en los años 90, con el boom del ciclismo de montaña en España, las bicicletas eran el reclamo perfecto para vender cualquier producto: enciclopedias, colchones, seguros, productos financieros… Recordaréis la bicicleta de Induráin, esa que regalaba Banesto al abrir una cuenta y que era un mojón con letras mayúsculas. Pues es el ejemplo perfecto. El que no tenía una bicicleta de montaña parecía tonto.
Pues si la bicicleta de Induráin era mala, la mía era lo peor de lo peor de lo peor (3 veces). Más adelante la describo con detalle para mostrar sus virtudes. Pero la cuestión es que llegó para hacerme un niño feliz. No hice con ella grandes alardes ciclistas, porque yo he sido perdedor prácticamente desde siempre. En vez de ciclismo de montaña hacía ciclismo de parques y jardines. Muchas veces solo, otras tantas con amiguetes.
Se dieron 3 circunstancias nefastas: no tenía ni idea de mecánica, no tenía herramientas y además era un niño con mucha mentalidad de pobre y me daba apuro pedir dinero a mi madre para comprarlas o llevar la bici al taller. Así que siempre tenía algún desajuste. El peor era que la biela izquierda se salía. La tuerca que fijaba la biela al eje siempre se aflojaba y no teniendo yo una llave de tubo para apretarla me las apañaba como podía, generalmente pidiendo prestada la herramienta.
Otro incidente grave fue que le presté la bici a un vecino para probarla y cincuenta metros más adelante había jodido el cambio. Le dio la vuelta al cambio de manera bastante antinatural, doblándolo. 3.200 pesetas costó la reparación y me dolieron en el alma. Mi vecino, tras el estropicio, se ofreció a pagarme la factura de la reparación pero se ve que luego le acabó viniendo mal y tampoco fui yo a reclamárselo, que tenía mentalidad de pobre pero no era un cutre.
Bueno… sí lo era. Porque al no tener muchos recursos económicos recuerdo dos mejoras que le hice a la bicicleta por muy, muy poco dinero. Vamos… gratis. Le quité a un armario ropero la barra de las perchas y cortándolo y doblándolo hábilmente conseguí encajarlo por dentro del manillar y me fabriqué así unos «cuernos» que eran un complemento prácticamente imprescindible en aquella época. Me quedaron un poco largos, tal vez. Parecía un miura en San Fermín, pero daban el pego. Los forré con la cinta del mango de una raqueta vieja. Era un niño, ciertamente, con mucha imaginación.
Como tampoco tenía dinero para un cuentakilómetros lo que hice fue echar mano de un cronómetro de los baratos que andaba por casa (desde vete tú a saber cuándo) y lo fijé a la potencia con cables. Solo servía para ver la hora y cronometrar, naturalmente, pero el postureo se abría paso y yo no iba a perder ese tren.
Naturalmente, le puse una bolsa triangular (con hombrera). Tan obligatorio llevarla como los cuernos. Cuanto más fosforita, mejor.
Y para acabar de rematar la faena, siempre llevaba las ruedas medio flojas porque una de la rarezas de esta bici es el estándar de válvulas que utilizaban sus cámaras. Posiblemente no lo hayáis oído nunca nombrar: válvulas «woods», también llamadas «Dunlop».
Se trata de una mezcla entre presta y schrader que no tenía huevos a entender. Soy una persona razonablemente amable, pero al inventor de este estándar le deseo el peor de los males. Y, como ya sabréis si habéis entendido mi autoimpuesto mindset infantil de niño pobre, ni se me pasaba por la cabeza la posibilidad de cambiar las cámaras por unas con válvulas de este mundo en vez de esos engendros.
Con todo y con eso, como digo, la disfruté mucho. Pero como siempre estaba rota o desajustada, tres años después y como regalo de cumpleaños llegó una maravillosa Conor MTB 3s que fue un salto cualitativo sin parangón.
Y la otra bici… mi primera bicicleta de montaña… se la regalamos a otro vecino (no al que me la rompió, a otro) que se la llevó al pueblo. Y nunca más la he vuelto a ver.
Muchísimas veces me he acordado de esa bici con nostalgia. La recordaba muy grande en comparación con la Conor. Le suponía, fíjate, ruedas de un diámetro mayor de 26″ que era el estándar por entonces y por muchos años más. Solo tengo alguna foto borrosa en la que a duras penas se distinguen sus colores y algún dibujo que le hice de niño. De haber sido una bicicleta de alguna marca conocida (BH, Orbea, Conor, Jonh Luck…) seguro que podría haberla encontrado con facilidad en las aplicaciones de segunda mano pero siendo una bicicleta tan desconocida y tan tan bajísima calidad ni la busqué. Es más, no sabría ni cómo buscarla porque no recordaba ni la marca ni el modelo.
Pero como tengo la mala costumbre de curiosear de vez en cuando por Wallapop a la caza de algún chollo (lo típico del/la divorciado/a que pone a la venta la bici de la pareja tirada de precio a modo de venganza) un buen día veo una foto que hace que se me pongan los ojos como platos y se me estremezca el espinazo desde lo más abajo hasta el cogote mismo. Tal fue mi reacción al ver MI BICI.
No la mía, como dije lo primerito en esta entrada, sino una igualita. Y tal y como yo la recordaba. Sin los cuernos fabricados con barra de armario, claro, pero con los mismos componentes de serie. Y, aparentemente muy bien cuidada. Y a un precio más que razonable.
Ahora os tendréis que imaginar al Moiselito angelito en mi hombro derecho diciéndome que no necesito otra bici ni de coña, menos aún cuando cinco días antes Miguel me ha regalado una BH Top Line de la que ya os hablaré, que no tengo espacio en casa para guardarla, que sabiendo lo mala que es es posible que esté para tirar a la basura… toda una serie de razonamientos muy lógicos que el Moiselito diablito de mi hombro izquierdo mandó a tomar por el culo con solo decir: «cómprala gilipollas. Es tu primera bici, han pasado 30 años y si la dejas ir no vas a volver a encontrarla». Así que se vino para casa. ¿Para qué la utilizaré? seguramente para darme algún paseo con la familia y para mirarla mucho. Fetichismo ciclista llevado al máximo nivel.
Pero dejad que os explique cómo es esta bici. El cuadro es de acero del malo. No tiene ninguna pegatina que identifique la tubería. Seguramente no sea ni de Cr-Mo. Pesadísimo (la bici entera ronda los 16 Kg) y de geometría clásica: el tubo horizontal es muy horizontal y la bici es casi cuadrada, esto es, el tubo vertical y el horizontal miden casi lo mismo.
Los tubos son muy finitos (de diámetro, no de espesor) como corresponde a una bici de acero de principios de los 90. No tiene orificios para instalar un portabidón porque se ve que en aquellos años los ciclistas salían ya bebidos de casa. No sé si «Terra» será la marca y «1800» el modelo. Lo dudo. Es un cuadro muy grande. Equivaldría a una talla XL o 21″.
La pegatina de «MAXIMUM TERRAIN» le otorga de por sí unas cualidades off-road fuera de toda duda, eso lo sabe todo el mundo. Los cables van guiados por debajo del tubo diagonal para cambio delantero y trasero y por debajo del tubo horizontal y enfundado en todo su recorrido para el freno trasero. El antiguo dueño repasó la pintura blanca con cuidado pero con una brocha y se nota en la textura de la pintura. La pintura roja, en cambio, sí es la original y está bastante bien conservada.
El sillín es un sofá ancho y corto y tiene un amago de canal antiprostático meramente testimonial. Es cómodo a la fuerza y más bien parece el sillín de una bicicleta de paseo.
La transmisión, 3×6 como era bastante habitual, funciona sorprendentemente bien. Va muy fina y suave para ser de tan baja gama. Las manetas de cambio son Shimano pero no SIS, funcionan por fricción (no van indexadas, no hacen «clic»). Esto tiene la ventaja de que tanto mueves la palanca, tanto se desplaza el desviador y es relativamente fácil hacer que la cadena no roce ni con la jaula del desviador delantero ni con las coronas vecinas de la que llevamos engranada en la trasera. En contra, los cambios no son nada rápidos, claro.
De mover la cadena se encarga un veterano Shimano Tourney de los que se anclaban directamente al eje. Fijándonos en detalles como la brida que fija la funda del cable al orificio que tiene la puntera para el portabultos (por cierto, no tiene las esperadas roscas en los tirantes para completar la instalación del mismo) y cómo el extremo del cable del cambio va «guardado» me doy cuenta de lo cuidadoso que era el anterior propietario y eso me congratula.
El plato grande es de 48 dientes y la corona más grande del piñón de 28. Toda la transmisión muestra muy poco desgaste y como digo funciona de maravilla. Lo único que no está del todo fino es el eje de pedalier. Debe de estar un poco doblado porque los platos en su giro oscilan un poco lateralmente. No pienso cambiarlo.
La horquilla es, por supuesto, rígida y seguro que del mismo material que el cuadro. Luce pegatinas alardeando de las 18 velocidades con las que cuenta la bicicleta, ojo con eso.
El sistema de frenado es posiblemente lo peor de la bicicleta. Le he puesto zapatas nuevas a los infames frenos de tipo «caliper» que aún estando perfectamente ajustados apenas consiguen frenar la bicicleta. Yo diría que el problema, más que de la potencia de los frenos, es de la pista de frenado de las ruedas que, literalmente, no existe, no está trabajada.
Las cubiertas son nuevas pero batalleras. De la desconocida marca «Camel» en medida 2×1,95. En su día recuerdo que la bicicleta llevaba cubiertas con el flanco marrón, lo que ahora se llama «skinwall» y sirve para que te suban un poquito el precio.
Las manetas de freno no son mejores. Son de plástico y están concebidas para frenar con todos los dedos. Los puños eran de espuma y los he sustituido por unos parecidos. Los que traía la bici se caían a cachos, no descarto que fueran los originales.
La dirección es de 1″ y de rosca y la potencia, por lo tanto, de cuña. Muy finita. El manillar es sorprendentemente ancho para la época. Mide 66 cm cuando lo normal hubiera sido 54 o 56. Además tiene una curva que lo acerca a un manillar de doble altura. Lo agradezco, que ya no estamos para manillares estrechos y bicis tumbadas.
Y para acabar, ninguno de los ejes de las ruedas cuentan con cierre rápido pero tienen mechas a la antigua usanza y brillan que da gusto verlos.
¿Qué hago yo con esta bici? Frena fatal, es muy pesada, nada ágil, cambia bien pero sin la rapidez de un cambio indexado… es una mierda de las gordas pinchada en un palo. Pues la respuesta es muy fácil: simplemente, tenerla. Hacerle justicia, porque me deshice de ella de mala manera deslumbrado como estaba por las virtudes de mi nueva Conor. Tengo la sensación de haber cerrado un círculo al recuperarla y le doy las gracias al chavalito de 13 años que se inventó unos cuernos con lo que pilló por casa poniendo los cimientos de una afición que cada vez me proporciona más satisfacciones. Gracias, joven Moisés, perdedor desde pequeño.
Encantador relato ciclista. No todo es carbono y componentes tope de gama
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Precioso retrato. Me ha trasladado a la infancia de las BH y bicis de paseo con cuadros de acero de barco y cambios del Pleistoceno.
¡Muchas gracias Moisés!!
Encontré yo mi bici de hace 30 años. Acero similar, pero montada en alivio completo (3×7) y con frenos cantilever. Pintada, cambio de neumáticos y eje pedalear. Y ahora tengo una bici urbana estupenda!!!