A la hora de escribir la crónica de esta ruta por Guadarrama aún me embeleso recordando los paisajes recorridos en compañía de los coleguitas perdedores. Me atrevo a decir que, de las muchas rutas que llevo hechas en estos años míos de (mediocre) practicante de ciclismo de montaña, la del pasado 16 de noviembre de 2019 se ha posicionado sin duda y por méritos propios en mi top 3. ¡Ahí es nada!
Siendo que la ocasión lo merece voy a narrar con detalle microscópico lo acontecido para justificar la afirmación anterior. A ver si consigo recoger en estos pocos párrafos los paisajes, las risas, el esfuerzo, el sufrimiento, los caminos, el compadreo y los litros de sidra de la comida para hacer partícipe al (siempre querido) lector de una jornada de las que crean afición, sin duda.
Y como no hay nada mejor que empezar contando las cosas por el principio diré que tras participar de la BiciCoa 2019, Jaime y Ángel pusieron sobre la mesa la posibilidad de disfrutar de una jornada de bici (con su consiguiente comilona) por Guadarrama y alrededores, localidad donde ellos residen. No fue necesario convencernos, ciertamente. Recogimos el guante sin que llegara a caer al suelo y, tras ponernos de acuerdo en la fecha, los anfitriones prepararon la ruta en función de las posibilidades de los perdedores.
Realmente la ruta tenía de todo: subidas, bajadas, charcos, piedras y nieve. Pero no adelantaré detalles, seguiré narrando cronológicamente
En una primera convocatoria éramos 11 los participantes con intención de acudir a tan importante evento: Ángel, Jaime, Miguel, Sergio, Pablo, Héctor, Gualter, Raúl, Jesús, Christian y un servidor. Por distintas causas (ninguna de gravedad, no se me alarme nadie) que lamentamos profundamente tuvimos 3 bajas de última hora y ni Pablo, ni Christian ni Héctor (compañero de oficina de Gualter y mío que no ha tenido ocasión de juntarse con los perdedores aun) pudieron acompañarnos. ¡No pasa nada, chicos, otra vez será!
Habiendo reservado mesa en el restaurante a las 15:00, pusimos como hora de encuentro las 10:00 para evitar el frío mortal de las primeras horas del día. Tras estar toda la semana pendientes de la previsión meteorológica por si había que suspender la ruta con todo el dolor de nuestros corazones, el sábado amaneció con un sol deslumbrante para nuestro regocijo. Y ver la sierra nevada en un día soleado es un privilegio.
Puntuales a la cita por la cuenta que nos traía (Miguel nos había amenazado con daño físico si llegábamos tarde) nos encontramos los 8 ciclistas y tras bajar las bicicletas de los coches, saludarnos protocolariamente, terminar de pertrecharnos para el frío e inmortalizar el momento para la posteridad del blog nos pusimos a dar pedales con el cuerpo frío y expectantes por ver qué nos deparaba la ruta.
Salimos del núcleo urbano de Guadarrama en dirección oeste, hacia la Jarosa. Impepinablemente hay que ascender, no queda mas remedio. A la altura de la AP-6 cogemos un camino para evitar subir todo el trecho por la estrecha carretera y enseguida se nos calienta el cuerpo al punto que nos llega a sobrar la ropa de invierno que prudentemente habíamos seleccionado.
Rodando en paralelo a la autovía durante escaso kilómetro y medio llegamos a la mencionada carreterita que llega hasta la presa del embalse de la Jarosa. Subimos al «tran-tran» y empezamos a ver los primeros montones de nieve. lo que nos hace presagiar que cuando sigamos subiendo veremos mucha más. Pasamos por encima de la presa y en vez de seguir por la carretera hacia la izquierda como para ir a las áreas recreativas y restaurantes seguimos de frente por una pista relativamente rota y con buena pendiente. Posiblemente fueron las rampas más duras de la ruta pero llevábamos buenas piernas y las remontamos todos sin mayores problemas.
Ángel nos iba hablando sobre los restos de la Guerra Civil que íbamos encontrando y sería un placer volver, tal vez a pie, para recibir explicaciones más detalladas. Ahí lo dejo, Ángel.
Superadas estas primeras dificultades el camino seguía picando para arriba pero con mucha menos pendiente y rodábamos absortos y boquiabiertos por lo bonito del pinar nevado. Todo un espectáculo para muchos de nosotros que no habíamos tenido ocasión de circular por parajes tan impresionantes anteriormente.
Pasamos con nuestras ruedas llenas de tacos por encima de las alcantarillas del Servicio Nacional de Regiones Devastadas en uno de los senderos más bonitos que he tenido la ocasión de disfrutar, el camino del agua, que nos obliga a parar irremediablemente para disfrutar de las vistas sobre embalse de La Jarosa, unos cuantos metros por debajo.
Nos «quedaríamos a vivir» en ese momento, pero no podemos pararnos más de la cuenta porque el viento es frío y el cuerpo se resiente, de manera que seguimos nuestro pedaleo hasta reencontrarnos con Ángel y Miguel, que iban unos metros por delante.
Rodamos despacio a propósito. Sabemos que el resto de la ruta trascurre a menos altitud, sin nieve, y de alguna manera no queremos que se acabe este éxtasis bicicletero. Tomamos un sendero de bajada que gestionamos con prudencia porque además de no conocerlo no sabemos qué puede haber debajo de la nieve. El vídeo no refleja la velocidad real de la bajada. Somos malos, pero no tanto.
Este sendero nos lleva hasta el punto de partida del precioso camino del agua, hemos hecho un pequeño «lazo» dentro de nuestra gran ruta circular. Nos ponemos camino a Los Molinos y para ello cruzamos de nuevo por debajo de la AP-6 por un túnel muy oscuro. Los siguientes kilómetros se nos hacen «bola». Transcurren por una pista ancha y con buen firme, pero el viento sopla de frente y fuerte. Cuesta muchísimo avanzar y estamos desprotegidos, no hay ni árboles ni construcciones que nos ayuden y es un acto de voluntad dar pedales para avanzar tan penosamente.
Tras varios kilómetros de suplicio salimos de la pista para tomar un sendero, momento en el que un caballo sacó a Jesús del camino, sin caída que lamentar, por suerte. Culpa del ciclista, el caballo estaba primero. Este nuevo camino nos sorprende con el cruce de algún arroyo que va bajito de agua y con tramos de subida muy técnicos que nos obligan a echar pie a tierra a (creo) todos.
Para bien o para mal (filosofía de todo a un euro) todo tiene un final y con paciencia, maldiciones (alguna blasfemia grave) y tesón conseguimos salir de la parte menos disfrutona de la ruta y el camino se ensancha de nuevo y se inclina hacia abajo concediéndonos un poco de tregua. Pero cuando todo pintaba favorablemente va Jaime y se calza una ostia de las de notable alto. En mitad de una pradera sin demasiada dificultad aparente salvo algunos surcos provocados por el correr del agua pierde el control de su rueda delantera acabando con sus huesos en el suelo y sufriendo un fuerte golpe en el hombro izquierdo.
La cámara de Miguel captó la escena desde cierta distancia.
Estremecedoras las imágenes posteriores a la caída. Podemos ver a Jaime llevarse la mano al hombro dolorido y a Sergio altamente preocupado por la salud de nuestro compañero.
Como es un hombre recio y serrano se levantó presto sin haber sufrido lesiones ni externas ni internas. Si soy yo, por ejemplo, el que se cae de esa manera me tienen que evacuar en helicóptero al hospital más cercano porque me habría roto hasta el anillo de bodas. Bien por Jaime que fiel a la filosofía Perdedora ameniza nuestras salidas en bici con buenas caídas (esperemos que no le vuelva a ocurrir, por supuesto).
Tras recuperarse nuestro amigo de la caída y tras comprobar el estado mecánico de la bicicleta reanudamos la ruta pero algunos comenzaron a pagar un alto precio por el sobreesfuerzo, especialmente Jaime y Jesús. El primero, además, empeñado en llamar la atención, tenía problemas mecánicos. Cuando ponía el plato pequeño, le saltaba el cambio de mala manera y no era posible mantenerlo engranado. Esto le obligaba a afrontar todas las rampas con el mediano y llegados a este punto de la ruta al echar pie a tierra en momentos puntuales comenzó a sufrir calambres, agarrotamientos y todo tipo de dolencias, todas ellas desagradables.
Así fue cómo en mitad de una cuesta se vio obligado a bajarse de la bici y al quedar con la movilidad altamente reducida por las ya mencionadas circunstancias «casi» es atropellado por un tractor que circulaba a 2 Km/h. Vamos, que las rodillas no le hacían el juego y se quitó del medio muy de poco en poco. El conductor del tractor ya se había cagado y requetecagado en el tontolaba de la bici que por sus santos huevos no se quitaba del camino. No era la intención de Jaime vacilarle al conductor, es simplemente que no le daba la vida para retirarse con más diligencia.
Mientras tanto, el resto esperábamos pacientemente y aprovechábamos para comer algunos frutos secos que Gualter y Sergio compartieron y que nos vinieron muy bien.
Estábamos en las afueras de Los Molinos, no habíamos completado ni la mitad de la ruta, pero lo que restaba era razonablemente cómodo de rodar. En nuestro recorrido dejamos el pueblo a la izquierda y con dirección a Collado Mediano circulamos por pistas cómodas, ya sin tanto viento que nos lleve la contraria. Cruzamos la M614 como siempre con cuidado y sin hacer caso a las indicaciones de Miguel (que casi nos cuestan la vida a Juancar y a mí una vez que tuvimos que cruzar la M505 por el puerto de Galapagar) y a la altura de la urbanización Serranilla vemos que Jesús empieza a perder la cola del grupo.
Como somos ciclistas muy solidarios nos paramos a esperarle y vemos que a unos 20 metros de nosotros se para y se agacha para, pensamos, inspeccionar la bicicleta. Parece sufrir un problema mecánico así que ni cortos ni perezosos bajamos hasta donde se encuentra él para prestarle ayuda. Resultaba que no… que se había agachado para estirar los cuádriceps, que como el camino picaba ligeramente para arriba los tenía al turrón.
Las averías en ruta en la mayoría de los casos se arreglan, las lesiones o las pájaras son cosas más serias. Llevaba el sillín bajo (ya se lo advertimos en la BiciCoa 2019, la última vez que le vimos coger la bici) pero como lleva instalada una barra para acoplar una sillita infantil no puede subir el sillín a no ser que desmonte susodicha barra… y como dice que le costó sudar sangre para instalarla le da pereza y ha acabado pagando las consecuencias con el dolor de sus músculos más queridos. La hora empieza a ser un problema. Entre pitos y flautas estamos invirtiendo en completar la ruta más tiempo del estimado y empezamos a dudar de que podamos llegar al restaurante a tiempo.
A grandes males, grandes remedios. Le ofrecí intercambiarnos la bicicleta, yo que iba razonablemente fresco y siendo que mis piernas son un poco más cortas que las suyas no debería yo sufrir tanto con la configuración de su bici. Así que ni cortos ni perezosos retomamos la ruta con las bicis cambiadas.
Pero poco dura la alegría en la casa del pobre o a perro flaco todo son pulgas, que podría decirse porque enseguida comienzo a advertir cierto flaneo en el tren posterior. La bicicleta de Jesús es una (excelente) Trek Fuel EX pero lleva las suspensiones completamente desconfiguradas. El amortiguador lo lleva sin presión ninguna y el efecto de balanceo es constante. Pero yo lo que notaba no era en el eje vertical sino en el horizontal. Pregunté a los compañeros que rodaban en ese momento a mi vera y me confirmaron que llevaba la rueda trasera bajísima. Pinchazo al canto, pensé, pero resulta que llevaba tubeless, lo que puede ser origen de incidencias mucho peores de solucionar en ruta. Metimos algo de presión a la rueda y a rodar otro trecho, a ver si el líquido sellante hacía su trabajo.
Jaime, envidioso por haber perdido protagonismo perdedor, se queda atrancado en la cuesta de un paso elevado sobre la vía del tren. Hasta el punto, ojo, de no poder dar ni un paso. Nos quedan apenas 10 kilómetros de razonable llaneo, pero se van a complicar. A mí me dolían los riñones de utilizar la bicicleta de Jesús que iba como una rosa, por cierto, con bici nueva. Jaime iba limitado por la imposibilidad de utilizar el 33% de los desarrollos de su bicicleta. Los que más iba a necesitar dadas las circunstancias, avanzaba a base de pundonor y de huevos toreros.
El camino entre Collado Mediano y Alpedrete es una delicia del BTT para disfrutarlo con un poco de técnica. Para mí sería un reto completarlo sin echar pie a tierra, nunca he sido capaz (son tres o cuatro las veces que lo he recorrido). El sábado no iba ser mejor día. Además tuve que parar dos veces a meterle aire a la rueda de la Trek. Aún así disfruté de lo lindo una de las partes más bonitas del recorrido.
Atravesamos una urbanización de Alpedrete. Volvemos a salir al campo por la zona de las canteras ya en dirección a Guadarrama para terminar esta jornada llena de incidencias. A falta de unos 5 Km Miguel me ve con el gesto descompuesto. Se ofrece muy amablemente a rodar el resto de la ruta con la bici de Jesús cediéndome a mí su Orbea Oiz. Noto el cambio, sin duda… y mi culo nota la dureza de su sillín. No siendo de mi talla voy más cómodo en esta nueva montura, y aprecio su ligereza y el correcto setup de suspensiones.
Poco voy a destacar de la parte final del recorrido. Tras más de cuatro horas de ruta estábamos todos locos por llegar, asearnos y comenzar la comilona. Sergio había sufrido también calambres pero por suerte para él ya no quedaban cuestas que subir. Raúl me pidió probar la bicicleta de Miguel y acabé la ruta con su bici. Una Orbea Occam. Con un manillar ancho como una barra de cortina. Y unas ruedas gordas como las de un tractor en comparación con las mías de 2,1 de balón. Pero el sillín era muy cómodo, y lo agradecí. Creo que al final Raúl y Sergio intercambiaron sus monturas a su vez. Como si jugáramos a que ninguno podía llegar a meta con su bici.
Pablo subió a la sierra para la comida y nos esperaba junto a los coches para vernos llegar en modo goteo. Nos esperaba una buena recompensa. Conseguimos llegar con puntualidad británica al restaurante tras dejar a buen recaudo las bicicletas en casa de Jaime y cambiarnos de ropa. Íbamos de barro hasta las orejas. El resto, podéis imaginarlo. Buena comida, buena bebida y muchas, muchas risas.
Como decía al principio de la narración. Una jornada de bicicleta, naturaleza, amistad y buen humor de las que hacen que uno se enganche (o se enganche más) a este deporte. Al menos dos de estas al año hacen falta.
Como siempre, os echamos en falta a los que no pudisteis venir, espero al menos que leyendo esta crónica os hayáis sentido participantes.
Y para finalizar, que no sé irme, congratularme de la incorporación a nuestra coqueta comunidad de Perdedores de Gualter, Ángel y Jaime. Gente con lo que hay que tener para saber reírse de sí mismos y disfrutar aún cuando las cosas se complican.
Y para finalizar ahora de verdad, nuestro infinito agradecimiento a Ángel y Jaime por organizar este día que no olvidaremos en mucho tiempo.
¡GRACIAS!