¿Cómo ir de Viena a Passau? Nos costó sudor y lágrimas pero finalmente llegamos.
Recuerda que esta es una entrada de una serie de 11 sobre nuestro viaje al Donauradweg a su paso por Austria. Puedes usar la primera entrada como índice para leer en orden.
Sí, ya sé. Parece sencillo moverse entre dos ciudades de la Europa civilizada, pero hazme caso que llegar desde Madrid hasta Passau a una hora decente y en condiciones de empezar a montar en bici al día siguiente fue una hazaña logística de las que merecen un premio. Sigue leyendo y verás por qué.
Viviendo en la Comunidad de Madrid comenzamos nuestro viaje en el Aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas. Nuestro vuelo salía a las 8:40 y viviendo en Leganés y Guadarrama fue necesario pegarse un madrugón. Pasamos el control de seguridad sin incidentes, salvo que a Lourdes no le dejaron meter el bote de protector solar, claro, por exceder de los 100 mililitros de rigor.
Comenzamos con mucha ilusión el que puede ser el viaje de nuestras vidas hasta ahora
El vuelo a Viena dura tres horas aproximadamente y para una familia de cuatro nos costaron 381€. Si quieres más detalle de por cuánto sale la broma puedes consultar la entrada en la que hablamos de la organización del viaje. A mí se me hizo un poco largo. ¿Por el ansia? ¿Porque se me hacen muy incómodos los asientos de los aviones? Por lo que sea. La cosa es que una vez en el aeropuerto de Viena el siguiente transporte debía de llevarnos hasta la tienda de bicis Bike20 en la capital austriaca.
Tienda de bicis de mi mejor amigo Tarek
Para llegar a Viena cogimos un Bolt que nos costó unos 40€. Para llegar hasta donde estaba el coche tuvimos que subir una planta en el aeropuerto, lo mismo que en el aeropuerto de Madrid que, al menos en la terminal 4, hay que ir hasta el aparcamiento y subir a la cuarta planta. Fueron unos 35 minutos de trayecto hasta la misma puerta de la tienda de bicis donde nos esperaba uno de mis mejores amigos austriacos, Tarek, con todas las bicis preparadas.
La cara de María lo dice todo
Pagamos religiosamente el alquiler de las bicis (255€ por ocho días de uso) y atendimos a todas las explicaciones que Tarek nos dio al respecto del uso de las bicicletas como, por ejemplo, el montaje y desmontaje de las alforjas. Jaime, María, Andrés, Jorge y Raúl dedicaron un rato a guardar el contenido de sus mochilas en las alforjas. Lourdes, Laura, Alicia y yo directamente las aseguramos sobre el trasportín.
Después del un pequeño speech en el que les recordé a los niños que no se trataba de una carrera, que era mejor ir guardando energía, que serían muchos días de bicicleta y que no se trataba sólo de llegar al destino sino de disfrutar del camino en sí mismo, nos pusimos en marcha. Pero la primera parada sería breve porque al lado de la tienda había un Lidl donde hicimos nuestra primera compra en terreno austriaco: pan y algo para rellenarlo además de botellas de agua porque las bicicletas venían con portabidón, pero sin bidón, lógicamente, por motivos sanitarios.
Creo que es la primera vez que cruzamos todos a la vez
Pusimos rumbo a la estación central de tren o, como los niños decían, el «Atocha» de Viena. Según Google Maps, un trayecto de poco más de media hora en bicicleta. Nos lo tomamos con muchísima calma porque nuestro tren no salía hasta las 17:28 y apenas serían las 13:00. Hicimos una parada en un parque a comer. a la sombra porque el día era muy, muy caluroso. Tras el breve almuerzo retomamos nuestro camino. Era preferible esperar en la estación tomando un café que zascandilear en bici por las calles de Viena.
La ciudad está perfectamente acondicionada para desplazarse en bici y las cuestas directamente ni existen. Apenas tuvimos que subir un par de ellas y muy cortas. Éramos una fila de 9 personas sin experiencia en desplazamientos urbanos en bicicleta, desconocedores de la ciudad y además cinco de nosotros eran niños de los que estar pendientes. Con todo y con eso no paso nada… porque el resto de ciclistas nos veía la cara de susto y se apiadaba de nosotros y porque los tranvías tienen buenos frenos y buenos conductores y te ven de lejos pararte en mitad de las vías a esperar que tu semáforo se ponga verde y se detienen para que te quites.
En España seguramente nos hubiéramos llevado unas buenas dosis de claxon en varios momentos, pero la frialdad austriaca fue nuestra aliada en este caso.
Total, que llegamos a la estación con un poco de susto metido en el cuerpo y estuvimos esperando allí casi dos horas entre cervezas, cafés y dulces hasta que nuestro tren llegó (con retraso, por cierto).
Buscando nuestro tren
Para ir en tren a Passau hay varias opciones. La más rápida es el tren ICE, que hace el trayecto en dos horas y veinte minutos. Es la mejor opción pero para nuestra desgracia no es posible meter nueve bicis en esos trenes. Así que tuvimos que optar por un trayecto combinado RJX-REX que nos costó 71€ (2 adultos, 2 niños + 4 bicis).
Los trenes RJX de la ÖBB son como unos Alvia de Renfe, más o menos. Trenes cómodos y relativamente rápidos sin llegar a ser los de alta velocidad. Los REX son trenes de cercanías que hacen un montón de paradas. Tiene espacio para las bicis pero no se puede reservar.
También existe la posibilidad de viajar con un operador privado llamado Westbahn pero es mucho más caro y solo llegan hasta Linz.
Total, que habíamos reservado espacio para las bicicletas y como estos son limitados y están repartidos por distintos coches a lo largo del tren nos tuvimos que separar en dos grupos de cuatro por un lado y cinco por el otro.
Vaya como nos lo pasamos colgando las bicicletas
Las bicis viajaron colgadas por la rueda delantera de una serie de ganchos colocados en el espacio reservado al principio del coche. Los asientos contiguos estaban reservados para los propietarios de las bicis. Estos austriacos piensan en todo. Subir las bicis fue un poco complicado porque el pasillo era estrecho y apenas había margen de maniobra. Colgar las pesadísimas bicis a pulso fue terrible.
Presta atención ahora porque te voy a contar la parte más complicada del viaje a Passau. El RJX nos llevaría hasta Linz y allí tendríamos que cambiarnos al REX. pues bien, para hacer este cambio teníamos solo siete minutos. Tiempo de sobra en circunstancias normales pero absolutamente insuficiente para:
- Bajar 9 bicis del tren. Importante señalar que los niños no pueden bajar bicis porque no tienen fuerza suficiente.
- Bajar escaleras mecánicas.
- Encontrar el andén de salida del REX.
- Subir escaleras mecánicas.
- Buscar el coche del REX donde pueden viajar las bicis.
- Meter las bicis en en segundo tren.
Después de todo el estrés tocaba descansar un rato en el tren
Como un cuarto de hora antes de que el tren llegara a Linz empezamos a prepararnos. Colocamos todas las alforjas en las bicis (las habíamos quitado para subirlas al tren más cómodamente) para tener las manos libres y poder así cada uno llevar su bici. Descolgamos además varias bicis y las dejamos en mitad del pasillo para ahorrar tiempo a costa de molestar al resto de viajeros.
Una vez se paró el tren en la estación central de Linz todo sucedió muy deprisa. Los niños fueron los primeros en bajar del tren para ir sujetando las bicis. Lourdes bajó una primera y de seguido yo una segunda. Luego ambos volvimos a entrar para sacar las tres que quedaban en nuestro coche. Por su parte, Jaime y María hacían lo propio. Conseguimos tener las nueve bicis fuera del tren en tiempo récord, pero nos costó algunos moratones en las piernas y alguna que otra blasfemia.
Ahora tocaba correr hacia la escalera mecánica. Los de mi coche la teníamos cerca, los del otro coche (Jaime, María, Jorge y Andrés) directamente se montaron en las bicis por el andén para ganar tiempo.
Yo tenía en la cabeza que a los adultos nos tocaría bajar las bicis por la escalera mecánica una a una pero Lourdes estuvo lista y gritó un «¡sujetad la bici apretando fuerte los frenos!» que entendieron hasta los austriacos y todos hicimos caso y cada uno bajó su bici.
¿Dónde está el maldito andén tres? Uno nunca encuentra las cosas cuando hay prisa. ¡Ahí estaba, al fondo! Corrimos por el pasillo subterráneo de la estación y subimos la escalera mecánica siguiendo la misma estrategia, ambas ruedas sobre los escalones y apretando los frenos. Subimos al andén y el tren estaba ya allí. ¿Dónde están ahora los coches donde se meten las bicis? recorrimos todo el tren y vimos que «oficialmente» solo hay hueco para bicicletas en el primer y en el último coche. ¡Y en ambos ya estaban todas las plazas ocupadas! Pues nada, que no cunda el pánico que vamos a tirar del comodín de «lo siento, soy turista y no me sé la normativa». Y así fue que metimos las bicis donde pudimos, esto es, en los huecos que hay entre las puertas, por donde los viajeros entran y salen del tren.
Se ve la cara de cansancio
El tren se puso en marcha… ¡con nosotros dentro! Lo habíamos conseguido contra todo pronóstico. ¡Primera prueba superada! ¿Qué hubiera pasado de haber perdido el tren que nos llevaría a Passau? Como, aunque no te lo creas, somos gente con cabeza, antes de tomar el primer tren le preguntamos al amable señor de la cabina de información de Viena qué podríamos hacer si no llegábamos a tiempo al segundo. Nos dijo que podríamos coger el siguiente yendo a la taquilla de Linz donde nos sellarían los billetes. Suponía unos 35 minutos de espera, nada del otro mundo, pero el plan era el plan y quisimos cumplirlo.
El viaje en REX se hizo largo. En las primeras paradas se subía y bajaba mucha gente y teníamos que estar moviendo las bicis para delante y para atrás porque literalmente estábamos bloqueando el paso. NADIE, lo pongo en mayúsculas para que te enteres bien, NADIE nos dijo nada ni nos puso mala cara. Flipa.
Por fin llegamos a Passau
Llegamos a Passau a las 20:30, unas doce horas aproximadamente después de salir de Madrid. Vamos, que nos hubiéramos podido ir a las Américas en ese tiempo, creo yo.
Rodamos tranquilamente hasta el hotel, que estaba muy cerca. Fue cuando vimos el Danubio por primera vez. Y se nos puso cara de tonto. Estábamos allí. Después de tanto lío estábamos en Passau.
Hicimos el check-in, dejamos las alforjas, nos dimos una ducha y salimos a estirar las piernas. Passau es una ciudad muy, muy, pero que muy bonita.
Passau de noche con las fuentes iluminadas
Nos comimos un helado tremendamente barato y nos retiramos a descansar, que el día había sido agotador. Cenamos algo cada familia en su habitación. Era tarde y solo apetecía tumbarse y dormir. Había que recargar energías porque al día siguiente nos esperaba la primera de las siete etapas, la que nos llevaría desde Passau hasta Inzell.