La penúltima etapa de nuestro tour, la sexta, nos llevaría de Krems a Tulln por el Danubio. Y me encantó.
Recuerda que esta es una entrada de una serie de 11 sobre nuestro viaje al Donauradweg a su paso por Austria. Puedes usar la primera entrada como índice para leer en orden.
No tanto por el recorrido, sino por cómo lo pasamos. De hecho hay gente que de en vez de hacer de Krems a Tulln llega directamente hasta Viena, la distancia no es tantísima. Pero no era nuestro plan, especialmente yendo con niños. Hay alguna cosilla muy interesante de visitar en verano en Tulln.
Arrancando el día
Como siempre, nos levantamos algo antes de las 7:00. Yo no sé por qué en la Europa moderna no se estilan las persianas, te lo juro. María se llevó una gratísima sorpresa cuando fue a la habitación de los chicos y les vio listos para partir, con las alforjas hechas y las caras rebosantes de alegría. La viva imagen de la ilusión por un nuevo día de bicicleta.
El hotel donde pasamos la noche estaba bien pero la opción de desayuno era cara así que decidimos hacer las reservas sin desayuno. La noche de antes habíamos salido a cenar como pudiste leer en la entrada anterior y fichamos una panadería/cafetería justo al ladito del hotel así que estaba cantado que desayunaríamos allí. El establecimiento contaba con una terraza muy pintona pero no había sitio para todos así que algunos desayunamos dentro y otros fuera. Menos el dulce ese rosa que ves en la foto, que prometía mucho pero luego «na de na», el desayuno estuvo riquísimo. Por cierto, toma buena nota de una cosa si vas a ir a Austria a desayunar. Se toman el zumo de naranja rebajado con agua, tócate las pelotas. Tenlo en cuenta si te vas a pedir uno, no sea que te lleves un chasco.
Tras el desayuno volvimos al hotel a por nuestras bicicletas, que estaban a buen recaudo. Montamos las alforjas y pusimos rumbo al carril bici en busca de nuestro querido Danubio. De Krems a Tulln tendríamos que recorrer unos 36 kilómetros.
¡A dar pedales!
Siendo que la etapa anterior terminó en un sitio bastante feo no me esperaba mucho de esta, si te soy sincero. Hablo desde el punto de vista paisajístico. Nos acercábamos a Viena y yo suponía que, tal y como vimos a las afueras de Krems, las infraestructuras industriales irían ganando protagonismo en detrimento de los espacios naturales… Pero no. Me llevé una grata sorpresa porque, avanzando un par de kilómetros ya estábamos, como quien dice, en plena naturaleza.
Tardamos unos cinco kilómetros en encontrarnos con el Danubio. Rodamos un buen rato por el dique de la orilla norte. Estaba un poco nublado y lo agradecíamos. El sol no picaba y el paisaje no estaba mal. Muy amplio, nada comparable a la estrechez (si se puede aplicar este término al Danubio en algún caso) de los dos primeros días.
Es curioso como se formaban y descomponían grupitos. A veces, incluso, rodábamos solos, siendo cuatro adultos y cinco niños. Atiende que te voy a decir una cosa importante. Si lo que buscas es un viaje para hacerlo en solitario y tener tiempo de pensar en tus cosas, sin duda, este es una buenísima opción. Vas a tener kilómetros y kilómetros de carril bici en perfecto estado para dejar de prestar atención a lo de dar pedales y conducir la bicicleta y dedicar la mente a lo que te está reconcomiendo… ¡Qué hay que ver cómo eres, siempre tienes algo ahí rondándote la cabeza!
Rodábamos con la inercia que habíamos aprendido en los cincos días previos de ruta. Tal vez con más cabeza que piernas y algunos con más tesón que ganas. Sabiendo que quedaba poco, que el reto estaba conseguido. Porque esto era un reto, no te olvides. No sabíamos cómo iban a responder nuestros cuerpos. Sólo habíamos hecho con anterioridad un pequeño viaje de dos etapas, el Canal de Castilla. Y María ni siquiera eso, que por estar convaleciente no pudo andar en bici.
Cruzamos a la otra orilla
Tulln está en la orilla sur así que era necesario cruzar el río. Lo hicimos en el kilómetro 18, por el puente de la central eléctrica de Altenwörth. Pero nos pasó una cosa muy curiosa justo antes de cruzar la presa.
Una avioneta empezó a rondarnos volando muy bajito y en círculos. Metía un ruido que no veas, pero molaba. Pues bien, resulta que una vez completamos el tramo y nos subimos al puente la avioneta aterrizó al lado del carril bici. Curiosidades austriacas.
Dejamos atrás Zwentendorf. No es necesario atravesarlo, el carril pasa entre el río y el núcleo urbano. Encadenamos entonces una serie de pueblos: Kleinschönbichl, Pischelsdorf, Langenschönbichl y Kronau son los que me vienen ahora a la cabeza porque escribo de memoria. No paramos en ninguno, Alicia estaba hoy un poco floja de fuerzas y había que ir tirando de ella.
Pero conseguimos llegar a Tulln con dignidad y entereza. Fue un poco raro pasar de largo nuestro hotel, que se encuentra a la entrada de la localidad, pero la idea era llegar al centro, comprar algo para comer y darle una sorpresa a los niños que no van a olvidar en la vida. Y los mayores, posiblemente, tampoco.
Fin de jornada perfecto
En la plaza central de Tulln había un centro comercial con un supermercado. Dos adultos entraron a comprar algo para comer y el resto nos quedamos fuera esperando. Recuerdo pasar bastante sed y algo de calor. Las nubes de primera hora de la mañana se habían ido dando lugar a un día soleado y caluroso.
Además de avíos para hacer bocatas compramos ensaladas y algunas cosillas más para darle un poco de variabilidad a nuestra dieta, que ya nos salía el pan por las orejas. Volvimos a coger las bicis y anduvimos junto al Danubio unos dos kilometritos más hasta llegar a uno de los mejores lugares de Austria: un lago debidamente acondicionado para uso y disfrute de bañistas y ciclistas ansiosos por refrescarse.
Dejamos las bicicletas aparcadas fuera con los candados puestos y cogimos las alforjas para llevarlas con nosotros. Además de por seguridad, porque llevábamos la comida y los bañadores y toallas dentro. La entrada nos costó 15 euros a cada familia, un poco más caro que la piscina de Mauthausen, pero créeme si te digo que hubiera pagado mucho más.
En el lago había un hinchable al que era casi imposible subirse (la gente lo conseguía, pero yo no sé cómo), una plataforma desde la que lanzarse al agua con estilo y dos toboganes, uno revirado y otro recto con un par de resaltos. ¡No sabíamos por dónde empezar!
Nos dimos un buen chapuzón para quitarnos el calor que nos sentó de maravilla. Probamos todos los artilugios y una vez satisfecho ese primer ímpetu acuático nos dispusimos a comer en uno de los merenderos que había en el propio recinto.
Nada más comer, los niños se fueron al agua y los adultos aprovechamos para echarnos un rato en la hierba. Hubo incluso quien se quedó dormido. Estuvimos unas tres horas más. Y los niños no dejaron de tirarse por el tobogán. Calculamos que si lo hicieron aproximadamente una vez por minuto pudieron completar las 180 tiradas. El socorrista debía estar flipando con el ansia «toboganera» de los niños españoles. O lo mismo le daba un poco de pena al pensar que este tipo de cosas tan molonas no las tenemos en España, al menos que yo sepa.
Nos tomamos un café y todo… ¡Porque también había bar! Pero por desgracia llegó la hora de marcharse porque el complejo cerraba a las 19:00. No se puede decir que no disfrutamos de la tarde, no.
Nos cambiamos de ropa y volvimos sobre nuestros pasos para llegar al hotel, junto a una gasolinera y un Burguer King, todo lo que se necesita hoy en día para disfrutar de la vida.
Intentamos escribir «Tulln» con nuestros cuerpos pero el intento quedó raro así que hicimos el check-in, guardamos las bicicletas en el garaje y subimos a darnos una ducha.
La idea era cenar en el Burger King pero cerraba a las 21:00. Eso no lo entiende nadie. Así que tuvimos que caminar un ratito hasta un McDonald’s que había cerquita y que cerraba mucho más tarde. Que sepas que las hamburguesas en Austria no son las mismas que en España, me tiré un buen rato para pedir en el poste de autoservicio. Y tampoco te dan más sobres de ketchup o de mostaza, te mandan a la mierda muy educadamente.
Junto al primero en Passau, posiblemente este fue el día que más tarde nos fuimos a la cama. Muy contentos, había sido un día guay. Y al día siguiente llegábamos a Viena para terminar nuestro viaje… La última etapa.
La verdad, ahora que me acuerdo, creo que fueron más de 180 veces las que nos tiramos, jeje, pero fueran las que fueran, ese día para mi fue el mejor de todos 😆😝🤩