La quinta etapa nos llevo de Melk a Krems por el Danubio. Y fue una de las más bonitas de todo el viaje, presta atención a lo que te digo.
Recuerda que esta es una entrada de una serie de 11 sobre nuestro viaje al Donauradweg a su paso por Austria. Puedes usar la primera entrada como índice para leer en orden.
Empezamos desayunando, claro
Poco os estoy contando sobre los desayunos que nos pegábamos antes de ponernos a dar pedales. En cuatro de los siete alojamientos teníamos desayuno incluido. En algunos no lo teníamos, tal y como consensuamos durante la preparación del viaje. El precio nos pareció abusivo y salía mucho más a cuenta salir a una cafetería a desayunar muy ricamente y por poco dinero. El alojamiento de Melk fue uno de estos cuatro y disfrutamos de un desayuno muy rico en el comedor de la pensión bajo la excelente atención del personal. Un sitio muy recomendable.
Cada vez costaba más levantarse. Ya llevábamos algo de cansancio acumulado y los madrugones, que eran serios, se nos hacían cuesta arriba. Pero los adultos lo asumíamos como parte necesaria del plan. Los pequeños, en un alarde de madurez, entendían que era necesario el esfuerzo para evitar el calor en la medida de lo posible.
Habíamos dejado las bicis en un cuarto enorme destinado para tal fin que tenían en el establecimiento. Como ya he dicho anteriormente todos los alojamientos contaban con lugares adecuados para poner a salvo las bicicletas durante la noche, pero algunos eran más cómodos que otros. En este caso el acceso al «garaje» era comodísimo y el espacio más que suficiente para almacenar un montón de bicicletas.
Tras nuestro ritual diario de colocación de alforjas, abastecimiento de agua, colocación de cascos y levantamiento de la bici de Raúl que se había caído al suelo (la pata de cabra no sujetaba el peso de la bici con las alforjas) nos pusimos en marcha dispuestos a seguir explorando a lo largo del Danubio.
Habíamos leído que tanto la orilla norte como la sur tenían su atractivo, si bien por la norte hay que remontar más desnivel (insignificante en cualquier caso). De Melk a Krems la ruta discurre por el valle del Wachau y lo bonito de la etapa son los pueblos por los que se pasa. Por la orilla norte los atraviesas y por la orilla sur los ves desde lejos, en plan postal. Ambas cosas, entiendo, serán bonitas de experimentar. Nosotros fuimos por la norte.
¡Nos ponemos en marcha hacia Krems!
Abandonamos Melk con cierto dolor en nuestro corazón, qué quieres que te diga, porque pasamos una buena tarde descansando en su casco antiguo entre cervezas, helados y pizzas. Además, simplemente la visión de la Abadía ya le sobrecoge a uno sacándole una sonrisa tonta con lo que despedirse de tan magnífica panorámica no es plato de buen gusto. Pero un día lleno de aventuras nos aguarda y no nos lo queremos perder.
Cruzamos el río a las afueras de Melk por un puente. Y no veas qué rampa te comes para subir desde el nivel del río hasta el puente. Casi todos la subimos montados sobre las bicicletas, acabábamos de empezar la ruta y teníamos energía, pero a Alicia, por ejemplo, le costó un disgusto porque llegando arriba le dio una flojera que no veas. Se le pasó enseguida, una vez hubo recobrado el aliento.
El carril bici discurre paralelo a la carretera. Ya parece que no nos molestaba tanto el ruido de los coches, nos habíamos acostumbrado. Es, al parecer, zona vinícola y vimos algunos viñedos pero lo que de verdad abundan son las plantaciones de albaricoques. Y el comercio en torno a esta fruta que convierten en todo tipo de exquisiteces, desde mermeladas hasta licores.
La temperatura era buena. Aún rodando por el sol no se sufría demasiado. En ocasiones nos separamos bastante del río pero vamos siguiendo las indicaciones de los carteles hacia Krems y es casi imposible perderse.
Atravesamos un pueblito detrás de otro. A cuál más bonito, todos con ese canto austriaco que le da un yo qué sé a las cosas. Creo que se trata del equilibrio en la ornamentación. De haber ido solo adultos habríamos hecho más paradas para admirar tal rincón o tomar un café en tal sitio… Pero yendo con los cinco niños es mejor avanzar, porque vamos rodando a buen ritmo y, ya sabéis, una de nuestras máximas fue avanzar todo lo posible de una tirada para que las etapas no se nos hicieran demasiado largas.
¿Y qué se come hoy?
Era domingo y estaba todo cerrado. Además los pueblos por los que íbamos pasando no eran demasiado grandes y no tenían ni siquiera panadería propia. María tenía controlado un pueblo muy interesante, con playa fluvial: Dürnstein. Estaba en el kilómetro 30. Era perfecto para hacer una parada en la playa, buscar algo que poder comer y relajarse un buen rato. Íbamos muy bien de tiempo y lo que restaba para llegar a Krems y finalizar la etapa eran apenas 10 kilómetros.
La playa estaba guay aunque el suelo era de… ¿Fango? No olía ni nada pero daba un poco de asquete. Naturalmente los niños terminaron lanzándose barro los unos a los otros. Durante el primer baño Jaime y yo subimos a buscar dónde comprar provisiones. Y a tomarnos una cerveza. Conseguimos encontrar una panadería donde compramos los típicos bollos de pan pero no encontramos ninguna tienda donde poder encontrar algo con qué rellenarlos. Menos mal que María es una mujer previsora y había llevado desde Madrid algo de jamón y chorizo envasado al vacío a modo de comida de emergencia.
Comimos la mar de a gusto en la playa y luego Lourdes, Jaime y María se subieron al pueblo a dar una dar una vueltita y tomar un café y yo me quedé «cuidando» a los niños. O lo que es lo mismo, entreteniéndome con el móvil mientras ellos se autogestionaban a base de bolas de barro y algún que otro insulto. Lo normal.
Vuelta al camino
Pero todo acaba y llegó el momento de ponerse en marcha de nuevo para acabar la etapa en Krems.
Recogimos los bártulos y nos quitamos los bañadores para ponernos los culotes como buenamente pudimos. Durante esta operación, Jaime logró captar la atención de una señora austriaca de avanzada edad que no le quitaba ojo para ver si por la rendijita que dejaba libre la toalla con la que se cubría le podía ver algún equipamiento de serie de los que no suelen verse a simple vista. No digo que Jaime no sea un señor atractivo, pero yo creo que era más curiosidad que otra cosa. Sociología pura. La señora quería comprobar si el armamento español está a la altura del austriaco, seguramente.
Poco después de salir de Dürnstein, cruzando Oberloiben resultó que el carril bici estaba cortado por obras. La única manera de avanzar era por carretera. Imagino que no será frecuentísimo pero a veces tendrás que estar atento e improvisar ante este tipo de circunstancias.
Krems no es demasiado bonito
Poco antes de llegar a Krems tuvimos uno de los dos pequeños percances mecánicos que hemos tenido en los siete días de ruta: Jorge pisó un palo que había en el camino y el palo hizo que su guardabarros delantero saliera despedido.
Afortunadamente pasó en un sitio precioso para la reparación, que consistió en volver a enganchar unas varillas y poco más, pues el guardabarros es desmontable. El grupo aprovechó esta paradita para comer unas galletas, que nunca se sabe cuándo se va a poder volver a comer.
Seguimos nuestro recorrido sin complicaciones y llegamos a Krems como quien no quiere la cosa.
El recorrido urbano no fue demasiado complicado. Siendo domingo a la hora de la siesta apenas había gente por la calle. Atravesamos la ciudad de oeste a este para llegar a nuestro alojamiento de esa noche y tengo que decir que la ciudad no tiene gran atractivo. Es más, te diría que la zona donde estaba nuestro hotel era tirando a fea. Naves industriales y vías de tren, básicamente.
Llegamos al hotel y para nuestra sorpresa no había nadie en recepción porque es un hotel low cost y faltaba una hora para que llegara la persona que debía gestionar nuestro check-in. Como había una máquina de refrescos y mucha sed aprovechamos para sentarnos a la sombra a beber una lata fresquita de Nestea.
La chica de recepción, muy simpática y muy amable, llegó antes de tiempo y pudimos entrar en nuestras habitaciones. Se trataba de un hotel construido a base de contenedores de esos de los barcos, curioso.
Teníamos tres habitaciones triples pero ya sabíamos que en una de ellas dormiríamos los cuatro Arizpe-Vázquez y en la otra los Díaz-Merry-Rodriguez. Pero la habitación de María olía a tabacazo que flipas. Fuimos a pedir el cambio y no solo nos asignaron una habitación distinta sino que nos reembolsaron 25 euritos, todo un detalle.
Como no teníamos con qué apañar la cena miramos en Google y vimos que había un restaurante con buena pinta justo al lado. Nos acercamos y disfrutamos de una sencilla (pero rica) cena a base de filetes de pollo empanados y dos o tres cosillas más. Y a la cama prontito, como venía siendo habitual, que había que madrugar al día siguiente.
La sexta etapa nos llevaría de Krems a Tulln y es una de las que guardo mejor recuerdo. No por la etapa o los paisajes en sí… Sino por el fantástico lugar que nos encontramos en Tulln que hizo que se nos olvidara que llevábamos seis días de madrugones y de pedaladas bajo el implacable sol austriaco. Sigue leyendo y verás.