A veces sucede que el plan alternativo acaba superando al original. Y no miento mucho si digo (escribo) que el pasado domingo 24 de abril esto mismo pudo pasar. Menuda RUTAZA (observe el lector que lo he escrito con mayúsculas) nos preparó Jesús. Una ruta MTB de Moralzarzal a Hoyo de Manzanares. Pero dejad que os cuente desde el principio como mandan los cánones perdedoristas, que esta ruta tiene un contexto.
Plan B
Resulta que este era el fin de semana elegido y esperado desde hace meses para hacer una ruta que llevamos meses preparando: Leganés-Toledo. Pero como había estado lloviendo intensamente durante la semana, especialmente el viernes y el sábado, decidimos posponer este reto para más adelante. Aunque el domingo 24 se anunciaba soleado, los caminos estarían llenitos de barro y no es lo mismo cubrir esta distancia, que nos saca de nuestra zona de confort a todos los perdedores, con los caminos buenos que con mil millones de charcos que esquivar y el lastre del mencionado barro pegado a las ruedas.
De manera que para quitarnos el mal sabor de boca Jesús propuso que nos acercáramos hasta Moralzarzal, localidad donde él reside felizmente, e hiciéramos ruta hacia Hoyo de Manzanares recorriendo senderos divertidísimos y con cierta dificultad técnica. Es una zona que él viene recorriendo en los últimos meses y más ahora con su nueva bicicleta, que le permite acometer rutas con más comodidad y seguridad que su antigua Trek, de la que dimos cuenta en entradas anteriores.
¿Quiénes fuimos a esto?
De manera que a las 9:00 estábamos allí Sergio, Natalia, Jaime, Jesús y un servidor.
A esa hora tempranera si te despistabas a la sombra te quedabas frío. Íbamos con ropa larga y no nos sobraba.
A Natalia, que le gusta subir pero bajar aún le da miedo porque lleva poco tiempo practicando este deporte, se le metió el susto en el cuerpo cuando empezamos a hablar, justo antes de comenzar a rodar. De las dificultades que los senderos semi-endureros nos iban a deparar. Tratamos de tranquilizarla diciendo que pararíamos las veces que fueran necesarias y que si había que bajar caminando, pues se haría.
Y con esto nos pusimos a pedalear saliendo de Moralzarzal en sentido sur callejeando aproximadamente un kilómetro hasta que nuestras taqueadas ruedas tomaron por fin contacto con la tierra del primer camino. Y sabiendo desde el principio que nos íbamos a cascar más de 600 metros de desnivel en apenas 30 kilómetros no es de extrañar que enseguida el camino empiece a picar para arriba. Primero con suavidad, luego con impertinencia al llegar a la urbanización «Dominio de Fontenebro» donde tan parecidas eran las calles a las de San Francisco que vemos en las películas que solo nos faltaba un coche siendo perseguido por la policía.
Ya en el campo
Salimos de la urbanización pero aún nos quedaba una cuesta por camino para terminar de rematar la ascensión. Llegamos con entereza, siendo el principio de la ruta. Según palabras de Jesús, estábamos en el punto más alto de la ruta. Eso no quería decir, ni muchísimo menos, que hubiéramos ascendido todo lo que nos tocaba ese día. Ya no teníamos frío e incluso empezaba a sobrarnos ropa.
Comenzamos a descender por la misma pista (tras alcanzar su punto de inflexión) a buena velocidad hasta llegar a perder más o menos la mitad de cota, momento en el que Jesús nos para y nos indica que tenemos que tomar un camino que aparece a la izquierda: la senda de los elefantes. Nos dice que comienza siendo más o menos sencillo pero que enseguida vienen la piedras. Natalia se acongoja un poco y comenzamos a bajar en fila india, naturalmente, siendo Jesús el primero por conocer el sendero y siguiéndole yo mismo y Sergio. Jaime y Natalia cerrarían la expedición. Habiendo recorrido un buen trecho del sendero decidimos pararnos a reagruparnos y a dejar pasar a un grupo numeroso de ciclistas que bajan más deprisa que nosotros. Fue recurrente ver bicicletas de trail y enduro por la zona, eléctricas o no. Pocas vimos de XC y poquísimas rígidas.
Dificultades técnicas
Jaime y Natalia llegaron a nuestra altura. Ella estaba apurada, viendo la que se le venía encima. La dificultad de la senda, estrecha, con escalones de piedras y roderas del agua, excedía con creces los obstáculos por los que ella acostumbra a rodar y no tenía todas consigo de poder seguir en ruta con seguridad. Nos pidió consejo y le bajamos el sillín para que tuviera más control en las bajadas e igualmente le recomendamos frenar con ambas manos (solo usaba el trasero por miedo a salir por encima del manillar si usa el delantero… maldito mito) y echar el peso para atrás poniéndose de pie encima de los pedales adquiriendo una postura que facilitara gestionar las trampas del camino con mayor seguridad.
Tocaba cruzar el segundo arroyo del día (aunque el primero era apenas un charco a la salida de Moralzarzal). La cosa es que para bajar hasta su cauce había que rodar por una roca de granito gigante y contraperaltada. El agua cubría hasta casi el eje de las ruedas y quien más, quien menos nos mojamos los pies. A continuación, una subida técnica, porque de eso iba a ir la ruta de hoy, de enlazar bajadas de la muerte con subidas duras, técnicas y muy divertidas. Y para descansar entre medias, subidas por pistas. Vamos… que desde el kilómetro 8 ya sabíamos que llegaríamos a las cervezas con la lengua fuera.
Y para arriba otra vez
Comenzamos la segunda ascensión del día, significativamente más corta que la primera. Un poco de pisteo nos hace llegar a La Berzosa pero la rodeamos por el norte para enlazar con otro sendero. Posiblemente el más empinado del día. Comienzo bajando en último lugar, detrás de Natalia, para ver si ha empezado a sacar provecho de nuestros consejos y me alegra ver que sí, que empieza a gestionar los obstáculos con cierta solvencia.
Jaime, Jesús y Sergio nos esperan a mitad de bajada, en una plataforma de granito que impresiona, y les adelanto para bajar en primer lugar. Hay multitud de senderos, todos llegarán abajo a fin de cuentas y sigo el que más «natural» me parece. Y atravieso uno de esos momentos de felicidad encima de la bici que solo los que practicamos este deporte conocemos. Me encuentro bien, enlazo bien una curva con la siguiente, encuentro el mejor lugar por el que superar un paso complicado, ruedo por encima de las piedras como flotando y acometo los escalones con solvencia. Y hace sol. Y estoy con colegas. Todo bien.
El postureo
Al final hay que cruzar otro arroyo en una pradera que luce preciosa en primavera. Como he cogido un poco de ventaja me da tiempo de sacar el móvil y grabar cómo los amigos lo cruzan en plan reportaje extremo para Reb Bull TV.
¡Qué mala pata!
Pasamos un rato de susto porque Natalia no podía caminar y se le había dormido la pantorrilla del golpe, pero poco a poco el intenso dolor inicial fue pasando y con mucho pundonor se montó encima de la bici y pudimos seguir recorriendo camino, pendientes de cómo evolucionaba la rodilla dolorida. Cuando nos iba dejando a todos atrás en las subidas fuimos dándonos cuenta de que rotura, lo que se dice rotura, seguramente no fuera.
Un corto descenso por un camino lleno de piedras y por el que corría agua como si se tratara más del cauce de un arroyo nos acercó definitivamente a las afueras de Hoyo de Manzanares donde comenzamos un nuevo ascenso, primero por pista y luego por las calles urbanizadas. En un giro a izquierdas nos encontramos con una calle empinadísima de la muerte. Ya llevamos unas pocas subidas duras y esa, toda recta y con rampas del 16,5% que te ponen las piernas calentitas, calentitas. Sergio, que está fuerte como un toro, sube junto a Natalia y Jaime en cabeza. Yo me quedo entre dos aguas y a Jesús se le sale la cadena porque no tiene bien ajustado el tope superior de su cambio y tiene que parar, para su respiro, a volver a meter la cadena en su sitio.
¡Famosos!
Justo antes de mi llegada veo como un grupo de ciclistas sale a buen ritmo de un camino a la derecha. Sergio me dice cuando nos encontramos que se trataba de los youtubers de BiciLab, al menos uno de ellos, Charly. Me hubiera gustado verle, una pena.
Llaneamos un poco, muy poco, para girar luego a la izquierda y tomar otro de los senderos que nos esperaba durante el recorrido. El primero que hicimos, la senda de los elefantes, lo bajé con miedito. Por Leganés no podemos entrenar este tipo de situaciones porque no tenemos este tipo de sendas. Antes, además, solíamos ir con frecuencia a la Casa de Campo a bajar senderos pero desde que está perseguido no vamos. De manera que uno se oxida. Pero después del recordatorio intensivo que llevamos hecho esa misma mañana este sendero lo bajo con garantías y, muy lejos de pasar miedo, lo disfruto un montón.
El sendero termina en la parte más baja de la ruta, en un río que tenemos que cruzar a pie porque en bicicleta es imposible. Saltamos de piedra en piedra con la bici a cuestas. Nada más cruzar el río afrontamos una rampa que según Strava es del 11% pero yo creo que es más porque es de las que obligan a ir manteniendo el equilibrio y echando el paso adelante para no levantar la rueda delantera del suelo.
Unos metros de llaneo y la subida más larga del día, que nos lleva de vuelta al punto más alto de la ruta, pero esta vez tras unos 2,5 kilómetros de sufrimiento. Natalia y Jaime se ponen pronto en cabeza. Tienen buenas piernas, entrenadas en las cuestas de los alrededores de Guadarrama donde ambos residen. Yo voy en medio y a pocos metros detrás mía ruedan Sergio y Jesús.
Pero Sergio se viene arriba y poquito a poco empieza a remontar. Me adelanta y yo no hago ni por coger su rueda que bastante tengo con respirar. Coge a Natalia y a Jaime. Jaime se queda rezagado y finalmente Sergio corona en primer lugar. No somos nosotros muy de picarnos ni de competir internamente, pero si uno tiene piernas se dice y punto.
Ya casi estamos
Hicimos un breve descanso para reagruparnos. Nos quitamos algo de ropa porque del frescor matutino ya no quedaba ni rastro y el calentón de la subida hacía que nos sobrara hasta la piel. Quedaban ya pocos kilómetros para llegar y además eran cuesta abajo. Ya estábamos saboreando las cervezas frías y las tortillas de patata que Jesús había tenido el criterio de dejar encargadas para cuando llegáramos de vuelta a la terraza junto a la que estratégicamente habíamos aparcado los coches.
Rodando ya en sentido norte para llegar a Moralzarzal nos embelesaríamos con las vistas de la sierra, clara y nevada frente a nosotros. Pena que la mierda de cámara de mi teléfono no pueda captar la belleza (cursi) de la escena porque os garantizo que el día hubiera merecido la pena solamente para ver esa imagen.
Regalito para el final
La ruta nos regaló un último sendero que disfrutamos como el que más. O el que más, qué leche, porque era el que más «flow» tenía de todos los que habíamos hecho esa mañana. Rápido, sinuoso y divertidísimo. Para dejar el listón más alto si cabe.
Y, como no, la foto del tercer tiempo. Cervecita fresca en este día primaveral para celebrar lo bien que lo habíamos pasado. Y qué ricas estaban las tortillas. Sin duda su fama es merecida.
Siempre he odiado las rutas con perfil de «dientes de sierra» porque las subidas cortas y explosivas me desfondan. O me desfondaban, porque esta vez acabé de una pieza. Estoy especialmente orgulloso de los compañeros, que habiendo aceptado el reto que os contaba al principio (Leganés-Toledo) se han puesto más en forma que nunca y eso lo notamos el pasado domingo. ¡Vaya piernas!
Sin duda repetiremos la visita. Tal vez quedando directamente en Hoyo de Manzanares para disfrutar desde el primer momento de las subidas y bajadas y evitar cuestones por las calles de las urbanizaciones, quien sabe.
Agradecimientos
Muchas gracias, Jesús, por hacernos de guía en una ruta que difícilmente olvidaremos. ¿Cuándo hacemos la siguiente?