En esta entrada describiremos una ruta en bicicleta con niños en Puebla de Sanabria.
Hace ya unos cuantos años que complementamos vacaciones playeras de relax, siesta y perreo con otras semanitas de turismo activo y de naturaleza, generalmente por el norte de la península. Y siendo además que las niñas ya son lo suficientemente mayores como para poder hacer rutas en bici de pequeña entidad y que la familia de Jaime comparte esta afición, todo resulta a favor para transportar las bicis y las equipaciones como parte fundamental del equipaje en nuestra escapada estival 2020 y buscar, con la ayuda de Wikiloc, alguna ruta que haga las delicias de pequeños y mayores allá por donde paremos.
La primera parada de nuestro viaje en caravana fue en Puebla de Sanabria. La idea era disfrutar especialmente de las bondades del Lago (de Sanabria)… pero el tiempo no nos acompañó como veréis a continuación si tenéis la paciencia de seguir leyendo.
Encontré esta ruta que parecía perfecta para nuestros propósitos por distancia y desnivel, de manera que aunque el día amenazaba lluvia nos pertrechamos debidamente con manga larga y chubasquero. Y por supuesto, apaños en las alforjas para comer unos bocatas cuando la barriga lo considerara oportuno o el lugar así lo aconsejara.
La salida del camping era curiosa. Había un camino que llevaba directamente al pueblo que solo Jorge, el primogénito de Jaime y María (a él ya le conocéis de caídas anteriores, a ella os la acabo de presentar) subió en bici. Los adultos ni lo intentamos y los pequeños fueron poniendo pie a tierra uno tras uno antes del final de la ascensión.
Una vez en Puebla de Sanabria, compramos pan y descendimos hasta el río… de nuevo hasta el nivel del camping, nuestro punto de partida. Cruzamos el puente y enseguida tomamos el camino por la margen del río Tera en dirección norte.
El camino enseguida nos embelesa. Rodamos entre robles y con el río a nuestra izquierda en un día húmedo pero precioso. Otoño en pleno verano.
Los niños, que aún no saben de guardar fuerzas ni de disfrutar del entorno, se empeñan en adelantar posiciones. Un par de juegos de walkie-talkies, cuyo propósito original era hacer de enlace entre el vagón de cola y la locomotora, pitan sin parar accionados por sus cuatro usuarios infantiles que bien podrían comunicarse sin ellos de los gritos que iban pegando.
Comienzan a aparecer las primeras dificultades técnicas: rocas en el camino. Algunas fáciles de superar, otras no tanto. Muchas nos obligan a echar pie a tierra, bien porque no podemos superarlas, bien porque el ciclista que va delante se queda atrancado.
Para un ciclista con un mínimo de técnica esas rocas se convierten en divertidísimos obstáculos de subida y bajada, tuve ocasión de comprobarlo como veréis si seguís teniendo paciencia y llegáis al final de esta crónica.
En determinado momento reconozco que comienzo a agobiarme un poco porque la ruta es corta pero los kilómetros pasan muy despacio. Apenas avanzamos, atrapados por las piedras y por las constantes paradas.
No importa, en realidad. Tenemos todo el día, estamos de vacaciones, no hace frío, tenemos comida y bebida en abundancia… De manera que hago el ejercicio mental necesario para cambiar el chip y quitarme el modo madrileño-M30 que llevo dentro. Funciona.
Apenas encontramos desnivel salvo en forma de alguna rampa sin importancia… Pero las piernecitas (y la cabeza) de los niños no están acostumbradas a tratar con tan terribles enemigos. La técnica también juega un gran papel.
No solo me refiero al equilibrio o la capacidad de mover la bici a nuestro antojo, ya sabéis, hablo especialmente de jugar correctamente con los cambios, el talón de Aquiles, sin duda, de muchos nuevos practicantes que por no «liarse» con las palanquitas de las narices no le sacan provecho a los distintos desarrollos.
La lluvia seguía respetándonos aunque de vez en cuando caían 4 gotas que nos ponían alerta. Mi temor era que las rocas se mojaran y se pusieran resbaladizas, añadiendo una dificultad extra al recorrido, que íbamos, más que rodando, caminando.
Eso sí, el paisaje no dejaba de desmerecer en ningún momento. En una bajada un poco pronunciada con un pasillo de rocas a Laura (mi hija la mayor) se le fue la rueda delantera yéndose la bici de lado y sufrió un percance. No sabemos si fue con la roca o con el plato de la bicicleta porque no lo vimos bien, pero se hizo una raja en la rodilla que no sangró mucho pero se veía profunda.
Como llevábamos tiritas le limpiamos la herida con agua del bidón y se la tapamos para que no se le llenara de barro ya que el suelo empezaba a salpicar.
Le dolía, pero pudo continuar para alivio de los adultos ya que tener que abandonar a mitad de ruta (bueno… no habríamos recorrido una cuarta parte, tal era el paso que llevábamos) habría sido un lío logístico importante.
Llegamos a las inmediaciones de una casa rural (con muy buena pinta, todo sea dicho) y los niños empiezan a protestar. Dicen tener hambre. María, de casualidad, baja caminando apenas veinte metros hasta el río para encontrarse con el escenario perfecto para el almuerzo.
Un remanso del río con una mesa y sillas de piedra donde dimos cuenta de unos bocatas que nos supieron a gloria bendita. No conozco el régimen de pesca de este tramo del río Tera, pero estábamos en un escenario que invitaba a lanzar la caña, sin duda, a los que somos aficionados.
Con el estómago lleno toca reanudar el camino… pero se pone a llover. No con fuerza, pero suficiente.
A los pocos metros de donde habíamos parado encontramos un área recreativa de las buenas. Con muchas mesas, barbacoas y aseos. No me arrepiento de haber comido junto al río pero ese sitio tiene muy, muy buena pinta. Pero no podemos pararnos porque ahora sí que cae agua de verdad. Tanto que nos vemos obligados a meternos debajo de unos árboles para resguardarnos.
La idea era esperar un rato a que el maldito nubarrón se fuera…pero tras media hora seguía lloviendo. Había que decidir entre continuar la ruta bajo la lluvia (quedaba más de la mitad) o volver por donde habíamos venido, también bajo la lluvia pero rodando por un camino ya conocido y más corto y dando el día ciclista por terminado a falta de darnos una ducha caliente en el camping.
Los niños querían seguir porque las criaturas no tienen conocimiento pero los mayores impusimos nuestro criterio y dimos media vuelta con cierto amargor, pero sabiendo que era lo más prudente.
De manera que a paso ligero comenzamos el camino de regreso a Puebla de Sanabria. Pero, como el día estaba por torcerse, para rematar la faena me encuentro a Lourdes al borde del camino (Yo solía ir el último a modo de coche escoba). Decía que se le había salido la cadena, pero no… se le había roto.
La foto es una castaña, perdonad, pero como veis me llevé la cadena puesta. Como llovía y no había dónde resguardarse decidí quitar la cadena y continuar a pie. Apenas quedarían un par de kilómetros. En las cuestas abajo podíamos bajar sobre la bici y en el llano del final, ya sin rocas y dificultades, la empujé como buen esposo a costa de mi musculatura dorsal.
Llegamos al puente donde daba comienzo el camino y nos resguardamos en un cenador que parecían haber puesto a propósito para nosotros. Aproveché el cobijo para reparar la bici.
Tampoco había mucho que hacer. Tronchacadenas en ristre solucioné el percance en un periquete, que no es la primera vez que lo hago, dando a los infantes instrucciones precisas sobre los pasos pertinentes que ellos se pasaron debidamente por el arco del triunfo como lógicamente corresponde a su joven naturaleza.
Y como dejo de llover volvimos al camping caminando con las bicis por la acera porque éramos muchos como para ir montados (además no se vale) y por la carretera nos daba miedo con los niños.
Una ruta un poco…. accidentada, pero de la que guardo muy buen recuerdo. Sobre todo porque dos días después Jaime y yo nos pegamos un buen madrugón para volver a intentarla, esta vez sin el resto de las familias y con previsión meteorológica favorable.
Antes de las 8 ya estábamos en marcha, bien abrigados y avanzando a buen ritmo. Yo, disfrutando como loco de las subidas y bajadas salpicadas de piedra, Jaime tampoco se bajaba de la bici esta vez, no teniendo que llevar ni alforjas ni a su pequeño Álvaro, que solo tiene 3 años.
Llegamos al punto donde tuvimos que darnos la vuelta en la intentona anterior y nos reafirmamos en lo acertado de nuestra decisión porque a los pocos metros nos aguardaba LA CUESTA. La hacemos caminando sin más pretensiones, tal era el calibre de la subitida. Y seguimos rodando a la vera del río hasta volver a cruzarlo por «El Puente», que así se llama el núcleo urbano, para comenzar nuestra vuelta.
Me fijo en que vamos recorriendo parte de una ruta balizada con los estándares de IMBA y me alegra ver que hay localidades que ven provechoso invertir en infraestructuras para el uso de la bicicleta de montaña en vez de prohibir su uso… y esto a la vez me hace rabiarme un poco. Pero poco, porque Jaime y yo vamos rodando por lugares impresionantes.
Otra cuesta de las buenas nos pone en nuestro sitio. Creo que, por fuerzas, hubiera podido subirla al final, pero me derrapó la rueda trasera perdiendo mis opciones. ¡Cómo se nota la ligereza y la agilidad de la RCZ! Este viaje me ha servido para reencontrarme con ella. Mi bici «de cabecera» hasta que llegó la doble de 29″ y que monté eligiendo con mucho tiento componente a componente.
La bajada también tenía lo suyo y una vez más nos alegramos de no haber continuado la ruta con los niños y lloviendo. Hubiera sido desastroso.
La llegada a Puebla de Sanabria nos reserva una última sorpresa: un sendero junto al río Castro de los bonitos, bonitos. Corto, eso sí, y enseguida nos vemos subiendo por la carretera de vuelta al camping con una sonrisa en la cara por habernos quitado la espinita que se nos clavó el otro día con la maldita lluvia.
La ruta, como veis, no tiene ni dificultad técnica ni física pero es perfecta para una escapada rápida durante las vacaciones. Ahora que la he recorrido completa no la recomiendo para niños, demasiadas piedras y algunas cuestas demasiado bestias.
Pero solo fue la primera toma de contacto, las vacaciones acababan de esperar y quedaban muchos días por delante y otras rutas por hacer… como veréis en futuros artículos.
Genial ruta y crónica!
Al recordarla se me pone una sonrisa en la cara, que bien lo pasamos!!!