Hay que aprovechar los domingos soleados que nos ofrece este cambiante (en lo que al clima se refiere) mes de abril y no se me ocurren muchas formas mejores que pasar un día de bicicleta en familia. Jaime y María nos habían hablado de una ruta que hicieron el año pasado desde Guadarrama, localidad en la que residen, hasta el Camping de El Escorial y, sin pensarlo dos veces, el primer fin de semana que dieron buen tiempo preparamos unos bocatas, montamos las bicicletas en el coche y pusimos rumbo a la sierra. Fuimos de Guadarrama al Camping de El Escorial en bici con niños y aquí te lo contamos.
Tampoco hace falta levantarse muy temprano
Sin madrugones innecesarios, que tenemos todo el día y anochece cerca de las 21, comenzamos a dar pedales a eso de las 12. Salimos del núcleo urbano por la calle de los Labajos en dirección este hacia Alpedrete. Unos 3 kilómetros rodando tranquilos por una pista razonablemente descendente para ir entrando en calor mientras esquivamos numerosos charcos, bastante grandes algunos de ellos.
Atravesamos Alpedrete rodando por varias de las innumerables urbanizaciones que lo componen y cruzamos la A6 por debajo, usando un largo túnel que nos recibe con un charco que nos obliga a rodar por el agua irremediablemente para poder continuar nuestro camino. No todos fuimos capaces de superar esta segunda prueba satisfactoriamente y salimos del túnel con el primer pinrel mojado del día. No importó demasiado, la temperatura y el humor eran excelentes.
El almuerzo
Pocos metros más adelante nos encontramos con el río Guadarrama y su rivera nos parece un lugar excelente para parar a comer. Pasan de las 13:30 y los niños llevan un rato diciendo que tienen hambre, así que hacemos la primera parada «larga» del día.
¿Qué tiene el campo que tan ricos saben los bocatas?
Continuamos nuestro camino
El lugar invita a echarse una siesta pero hemos venido a lo que hemos venido y retomamos nuestro camino sin demasiada demora tras terminar nuestras viandas. Cruzamos la M510 por un semáforo y atravesamos la calle de las Ventas de El Escorial para enlazar con el paseo del Monasterio. Ante nosotros se extiende un camino de unos 7 kilómetros de largo, perfectamente ciclables y con unas vistas que, al menos cuando tuvimos la suerte de recorrerlo, nos permitían ver desde el Monte Abantos hasta más allá de La Pedriza de tal manera que no sabía uno a donde mirar, si a las montañas o a la dehesa, verde allá por donde miraras.
El camino pasa junto a las ruinas del Palacio de Monesterio. Pero no tuvimos la decencia de fotografiarlo… Por suerte hoy en día es posible encontrar fotos de casi todo en Internet.
Cigüeñas por todas partes
Tanto el palacio como los alrededores están plagados de nidos de cigüeñas y vimos a muchas de estas aves buscando alimento en las lagunas que hay a los lados del camino.
Con la promesa de un helado para los niños y un café (o cada uno lo que quiera) para los mayores llegamos silbando al camping de El escorial, nuestro destino… pero para desilusión generalizada el bar estaba cerrado (¡maldición!).
Pero llevábamos unas cuantas chocolatinas y como benjamín del grupo había decidido echarse una siesta y el cuidado césped de la entrada del camping de El Escorial nos estaba llamando a gritos hicimos una segunda parada larga. Digo larga porque continuamente íbamos haciendo paradas breves para reagruparnos, para quitarnos o ponernos ropa, para beber agua, para disfrutar de alguna vista o de la contemplación de algún animal.
Vamos de vuelta
Pero tocaba volver a ponerse en marcha, que nos esperan cerca de 17 kilómetros, los últimos cuesta arriba y los adultos no teníamos todas con nosotros sobre cómo gestionarían las fuerzas los pequeños. Con la misma promesa del ansiado helado nos pusimos a dar pedales de vuelta por el mismo camino que nos había traído tan ricamente al camping de El Escorial.
El entretenimiento durante la vuelta fue meterse en cuantos más charcos, mejor. Ya sin ningún tipo de pudor, los niños atravesaban los charcos por el mismo medio sin importarles cómo de profundo pudiera ser. Por suerte no hubo que lamentar caídas engorrosas y el único percance que sufrimos fue una caída tonta sin más consecuencias que un buen susto del protagonista y los adultos que alarmados por los gritos nos pusimos a gritar aún más para coordinar la asistencia al accidentado (que a los dos minutos ya se estaba volviendo a meter en los charcos como si no hubiera un mañana).
Una última parada
Poco después de volver a pasar por debajo de la A6 hicimos la tercera parada prolongada en un restaurante, «El 42″… pero tampoco tenían helados. Tuvimos que conformar a los niños con unos refrescos. Ya eran más de las cinco y quedaba poco trecho por recorrer, pero era cuesta arriba.
Por suerte íbamos encontrando alicientes y recorriendo camino poco a poco. A unos tres kilómetros de llegar, Jaime fuerza el cambio y mete la cadena de forma grotesca entre el casete y los radios. Nos las vimos y nos las deseamos para sacarla de ahí pues además se había cruzado a riesgo (mortal) de romper el propio cambio. Menos mal que fue rápido parando la marcha y frenando la bici para evitar males mayores.
Al agua patos
Y para ponerle la guinda a tan estupenda jornada, terminamos con unas buenas risas. Poco antes de llegar a Guadarrama, rodando por la calle de los Labajos se cruza el arroyo del Labajo (todo esto según los mapas de Google). Pues a la ida lo cruzamos por una pasarela habilitada en uno de los bordes del camino pero a la vuelta ya importaba poco mojarse los pies y siendo además que los niños venían metiéndose en todos los charcos habidos y por haber no les dijimos que no a la idea de cruzar el arroyo sobre la bici… todo lo contrario, les alentamos. Así fue como la mayoría terminamos con los pies mojados… pero que nos quiten lo bailao.
Al final llegamos de vuelta a nuestro punto de salida cerca de las 19… tras 7 horas de ruta de las cuales estuvimos en movimiento algo menos de 4 según Strava que todo lo sabe. Aquí tenéis el recorrido en Wikiloc.
Me declaro desde aquí admirador absoluto de estos infantes que no protestaron ni una sola vez porque la ruta se les estuviera haciendo larga, ni mostraron muestras de cansancio significativas. 33 kilómetros se metieron en las piernas alentados por la promesa de un helado que tardó en llegar, pero llegó (del congelador de Jaime y María).